jueves, julio 29, 2010

LIMA MALA, TEXTO DE ROCIO GOLD LEIDO EN LA PRESENTACION

José Antonio y yo somos amigos desde hace muchos años, como quince. Somos distintos. Le llevo un montón de años, hemos vivido hasta ahora en mundos diferentes, trabajando en medios diferentes. Pero nuestra amistad ha ido creciendo con el tiempo y haciéndose más y más profunda. Nos vemos poco. Nos escribimos poco. Lo que pasa es que desde que nos conocimos, percibimos de inmediato una zona de complicidad que nos unió para siempre: el vicio por las letras. José Antonio padece de una enfermedad incurable que consiste en una intensa ansiedad cuando no está urdiendo una trama para convertirla en palabra escrita. Su vida suele estar llena de retos y de conquistas. Suele estar enamorado de la vida y la vive a plenitud; pero si no escribe, la angustia lo cerca y es como si faltara oxígeno en el aire: tiene que escribir. Yo lo sé: padezco del mismo mal. Cómplices y compañeros hemos compartido los avatares de la escritura con emoción. Y ello nos ha permitido sentirnos acompañados en esa extraña zona del ser en la que uno a veces, muchas veces, se siente un llanero solitario.

Hoy mi amigo me ha concedido el honor de presentar Lima Mala y con gratitud he aceptado su encargo. Voy a decir algunas cosas como su amiga y como su lectora.

Una noche de martes, hace ya mucho tiempo, José leyó un cuento en nuestro taller con Jorge Eslava. Luego sería parte del primer capítulo de Adiós al barrio. Recuerdo que describía a los tres muchachos acercándose emocionados a una playa en la que las olas reventaban haciendo temblar la tierra. No pude contenerme y grité: “¡Es mi playa de chica! ¡Yo iba a Villa! ¡Es Villa!” Mi emoción se debía a que el relato me había hecho perder el contacto con la mesa de madera alrededor de la que nos reuníamos los compañeros y el maestro, y me había llevado al paisaje real. Estaba en la playa. Así escribe José Antonio y eso es lo que más me gusta. Sentir y ver sus paisajes, que se convierten con el tiempo en fotografías de viajes realizados.

Su primera novela publicada fue Tres días para Mateo, libro dirigido, por la editorial, a jóvenes lectores pero que los adultos leímos transportados, reconociéndonos en él. Libro que he regalado más de una vez a chicos reticentes a la lectura, que lo han devorado y los ha llevado más tarde a compartir el vicio delicioso de leer.

Luego vino El mal viaje y después Adiós al barrio. Todos, relatos basados en la experiencia de adolescentes en busca de sí mismos y en una reflexión profunda del lugar que ocupamos en nuestra familia, nuestro barrio, nuestro país, en la vida.

Lima Mala es una cuarta entrega sobre este mismo tema. Creo que se trata de un libro que cierra una etapa en José Antonio escritor. Una suerte de resumen, de trayectoria del adolescente desde la pubertad a la adultez y que de alguna forma refleja el crecimiento de José Antonio mismo. Al leer este conjunto de cuentos he sentido que el autor ha recogido todos los cabos que le quedaban sueltos en su contacto con la etapa adolescente para presentarnos a este chico en el proceso de convertirse en un hombre. Ustedes sentirán lo mismo al leer Lima Mala. Quizá lo que el texto devela, a pesar de la ficción, es que José Antonio ha empezado una nueva etapa; intuyo que su mirada ha cambiado y que pronto nos sorprenderá con otro registro.

Lima Mala está organizado de tal modo que los relatos que lo conforman, si bien incluyen protagonistas diferentes, cuentan la trayectoria de un adolescente por las distintas etapas de maduración, con sus conflictos y esperanzas.

Decía Hemingway: “Hay que escribir personas, no personajes”. José Antonio lo logra. Estos chicos nos son arquetipos ni personajes. Son personas vivas. Muchachos reales con mundos interiores confusos, intensos, en contacto con una sociedad que hiere y con emociones contradictorias con las que deben lidiar.

Entrar en estos escenarios y compartir las andanzas de estos muchachos es estar ahí. Y es que se hace evidente que el narrador ha estado ahí. Aunque no sean textos autobiográficos, se siente que los narradores de José Antonio hablan desde el conocimiento. Están siempre presentes el dolor de crecer, la rebeldía, la ternura y mucha travesura; ingredientes de una vida que se respira gota a gota, sin desperdiciar ningún momento, sin dejar de observar y registrarlo todo. José Antonio estuvo ahí.

No sé si hago bien o mal, pero a mí no me gusta cuando en las presentaciones me cuentan el libro. De repente es lo que se espera que haga, pero no lo voy a hacer. De verdad vale la pena leerlo, así que cómprenlo. Yo voy a comentar sin entrar en detalles de las tramas.

La introducción nos presenta al niño que se asoma apenas a la pubertad. Un niño bueno, que quiere ser bueno, pero que desde ya debe enfrentarse a los golpes de la realidad. Y la realidad implica actuar no solo frente a la expectativa de entorno sino tomar decisiones frente a lo que somos: seres impulsivos, imperfectos, cobardes. Aún de chiquitos. Y también generosos, agradecidos, luchadores. Esta tensión entre emociones contradictorias es la que sostiene cada uno de los relatos.

El muchachito del segundo cuento ya tiene 12 años, es travieso, leal con los amigos, rabioso por su libertad, y se debate, escuchando dentro de sí mismo, por encontrar el límite entre la travesura y el riesgo de hacer daño.

Y así, va creciendo de capítulo en capítulo. Habitando distintos cuerpos, distintos escenarios. Luego será un muchacho de 14 años tratando de impresionar a la niña que le gusta; luego a los 17 lidiando con la iniciación sexual, a los 18 en la aventura del primero cachuelo de universitario, o la de una noche solo queriendo ser valiente, o la lucha por defender su vocación de poeta contra viento y padres.

Hacia el final aparecen dos cuentos en los que los jóvenes ya tienen 25 años. Son historias dolorosas, desgarradas, que plantean finales distintos a la época adolescente. En ambos casos es un adiós a una etapa turbulenta que deja heridas y marca el destino.

Y al final, en el bonus track, José Antonio nos regala una crónica. Parece autobiográfica, no sé. Pero el mensaje es claro: la juventud se puede dejar atrás, con sus victorias y sus cicatrices. Dejarla atrás tranquilamente, porque nos llevamos dentro, para siempre, a ese niño que lo único que quiere hacer, es volar.

Por eso decía, hace un momento, que es un libro de cierre. Creo que por sí mismo el libro lo van a disfrutar mucho, pero creo también que leerlo como colofón de los libros anteriores les resultará muy enriquecedor. Es un adiós, y como son los adioses, está cargado de nostalgia y ternura; también de rabia por lo que queda atrás y de ilusión por hacer algo con lo aprendido. Lo que digo no está explícito en el texto, se advierte cuando uno se deja llevar por él. Y es fácil entregarse.

Los cuentos, todos, en mayor o menor medida nos atenazan el corazón. Están llenos de tensión, de dudas, de rabia, de ternura. En todos, no importa cómo termine la acción o el personaje, hay un héroe: un enorme y noble corazón que se impone triunfador en cada final. Lima Mala, es un libro para jóvenes: se sentirán identificados y los ayudará a reflexionar (aunque no se den cuenta de que están reflexionando) sobre la etapa que viven y a sentirse acompañados; a entender que parte de ser y hacerse humanos es ponerse en contacto con las partes oscuras de uno y con el gran corazón.

Pero es un libro nostálgico también. De travesía y adiós. Para adultos, para que recorramos otra vez los vericuetos de nuestras almas juveniles y darnos así cuenta de que solo nos ha cambiado la piel, que aún nos debatimos en las mismas encrucijadas. Con más recursos interiores, con más aire, en otros escenarios, pero en las mismas tramas.

Es un libro de padres e hijos. Siempre presentes los padres, imperfectos, amorosos. Meten la pata, sobreprotegen, descuidan, pero inevitablemente resultan actores principales en el devenir de los hijos.

Leer Lima Mala sigue produciendo el mismo placer que nos dieron las entregas anteriores de José Antonio: la voz del narrador atrapa, el paisaje se impone a través de las acciones de los personajes, que lo van pintando hasta hacerlo real. Uno fluye por la lectura con suavidad, sin baches en el camino. Sus imágenes sensoriales permiten al lector más que ver la escena: por ejemplo, en el primer cuento el niño deja de jugar con su lego y el narrador dice: “las fichas de colores quedan regadas sobre el piso de parqué: charco de la imaginación.”

Son descripciones que conectan con algo más profundo que la imagen y que al mismo tiempo nos dejan la imagen “pegada” para siempre. “Las pistas y las veredas estaban cubiertas por una fina película de agua. Olía a tierra, a nube sucia.” “La garúa es una lluvia aburrida y triste que solo permite deambular por el barrio…”

La travesura es deliciosa: “Topo sacó la pelota para empezar a organizar la pichanguita. Pero las profesoras, aguafiestas eternas, nos dijeron que primero teníamos que rezar. Aburrido padre nuestro, Avemaría a la volada y a medias, porque no me sé bien la letra. No sé cómo me dejaron hacer la primera comunión. Lectura bíblica interminable por la directora. Ni escuché de qué se trataba, estaba tirándole lente a Marité. Se veía linda con jean apretado, sus All Star rosadas y su polito blanco de Hello Kitty. El Topo me tuvo que meter un codazo para que me persignara.”

El ritmo que consigue imprimir a cada relato, hace que personaje y lector se conecten borrando los contornos de la realidad exterior al texto, por ejemplo en Pepito Forever: “Cintia le había dicho ‘hola’ al subir al autobús amarillo y se había sentado a su lado. Una serie de escalofríos placenteros empezaron a recorrer su cuerpo, lo obligaron a cerrar los ojos solo para encontrarse, otra vez, con la mirada inefable de Cintia, esa mirada que no era la misma que le daba a los otros, pero que no podía comprender, que, según él, podía significar cualquier cosa. Y las imágenes empezaron a saltar sin control tras sus ojos cerrados: el short, la blusa, las piernas, los pechos enormes que todo lo alteraban. Y pronto llegó la idea de hacer lo otro, y bajo los pantalones cortos la soledad empezó a hacer correr la sangre, y con la sangre llegó el deseo de tocarse, pero con el deseo de tocarse llegó también aquella culpa poderosa que siempre lo detenía, que le impedía todo movimiento libre, que le dejaba las manos rígidas a ambos lados del cuerpo, arrugando con fuerza la bolsa de dormir. Y tuvo ganas de rezar porque era demasiado rico todo eso del pecado imperdonable, y las manos enloquecidas querían hacer lo que el torrente irrefrenable de la sangre en ebullición le ordenaban, y el short, y las piernas, y los senos, y los ojos, y los senos…” etc.

Algo que no he llegado a comprender del todo es el título. Es cierto que José Antonio nos lleva de un lado a otro de nuestra querida y difícil ciudad. Y sin descripciones extensas ni minuciosas, sino con pinceladas y con las acciones de sus personajes nos ubicamos en distintos barrios, con sus tremendas contradicciones. Contradicciones que atraviesan los buses, las calles, los distritos que nosotros conocemos y las formas distintas de las gentes distintas de esta ciudad. Cierto también que la ciudad hiere, una y otra vez. Es un personaje importante. Pero no creo que sea la culpable. El libro igual podría llamarse Madrid Mala, o Budapest Mala, o Cali Mala. Estos chicos podrían vivir en cualquier parte del mundo. Son muchachos que crecen entre los golpes que la ciudad y la familia y el corazón propinan.

Felicito a José Antonio por este libro, le agradezco por él y por su invitación. Separen un tiempo para prepararse un café o algo calentito y leerlo con calma y gusto. Será una experiencia deliciosa. Se los deseo.

Lima, 11 de junio de 2010



viernes, julio 16, 2010

B-BOYS

B-boys. Mark "Smerk" Cansino, desafía al pequeño Bailey "Bailrok" Muñoz. Oakland, California.