Pantalla. Teclado. Silla sobre la que me siento. Todo es acariciado por los ojos. Paredes de colores. Edificios. Autos que esquivamos. La avenida misma se congela en la memoria. El cigarro. El encendedor que froto para arrancarle la última flama. Objetos que se compran. Objetos que se pierden. Objetos que se rompen. Objetos que se extrañan para siempre. Piedras y caracolas que la tarde nos obliga a recoger en las orillas. Besos que se guardan en el cajón de la mesa para echarles un vistazo sobrecogedor cada mañana. Objetos directos. Objetos indirectos. Objetos que significan algo. Y objetos sin importancia. Latas que solo contienen una patada furiosa y hambrienta. Latas que contienen monedas que llevarán a nuevos objetos. Páginas que encierran hermosos poemas. Páginas arrastradas por el viento. Irrelevantes. Colgadas de los cables o alimentando el fuego de la tarde en el mercado. Objetos identificados. Objetos no identificados. Parafernalia onírica y desconocida. Artefactos misteriosos que saltan de los sueños. Que se quedan atrapados en la mente hasta bien entrada la mañana. Fotografías. Discos. Libros. Objetos que encierran historias. Que despliegan miles de nuevos objetos. Trompos de naranjo que vienen con púas de acero, con huaracas enceradas, con barrios, con amigos. Ojos de gato. Lecheritas. Cholones implacables. Objetos que sostienen el mundo de los vivos. La cuchara. El bocado que alimenta. El martillo. Los barrotes de las celdas. Las banderas, las balas, los cajones. Objetos que nos unen con el mundo de los muertos. El perfume de la abuela todavía vive en sus abrigos. Objetos mis zapato. Mi diente de leche. La triste carta del ratón desempleado.
miércoles, diciembre 21, 2005
OBJETOS
Pantalla. Teclado. Silla sobre la que me siento. Todo es acariciado por los ojos. Paredes de colores. Edificios. Autos que esquivamos. La avenida misma se congela en la memoria. El cigarro. El encendedor que froto para arrancarle la última flama. Objetos que se compran. Objetos que se pierden. Objetos que se rompen. Objetos que se extrañan para siempre. Piedras y caracolas que la tarde nos obliga a recoger en las orillas. Besos que se guardan en el cajón de la mesa para echarles un vistazo sobrecogedor cada mañana. Objetos directos. Objetos indirectos. Objetos que significan algo. Y objetos sin importancia. Latas que solo contienen una patada furiosa y hambrienta. Latas que contienen monedas que llevarán a nuevos objetos. Páginas que encierran hermosos poemas. Páginas arrastradas por el viento. Irrelevantes. Colgadas de los cables o alimentando el fuego de la tarde en el mercado. Objetos identificados. Objetos no identificados. Parafernalia onírica y desconocida. Artefactos misteriosos que saltan de los sueños. Que se quedan atrapados en la mente hasta bien entrada la mañana. Fotografías. Discos. Libros. Objetos que encierran historias. Que despliegan miles de nuevos objetos. Trompos de naranjo que vienen con púas de acero, con huaracas enceradas, con barrios, con amigos. Ojos de gato. Lecheritas. Cholones implacables. Objetos que sostienen el mundo de los vivos. La cuchara. El bocado que alimenta. El martillo. Los barrotes de las celdas. Las banderas, las balas, los cajones. Objetos que nos unen con el mundo de los muertos. El perfume de la abuela todavía vive en sus abrigos. Objetos mis zapato. Mi diente de leche. La triste carta del ratón desempleado.