Cerrar los ojos. Correr por el llano ardiente de la página. Escribir con la velocidad del cuerpo, con los líquidos supurados por las ampollas de los pies. Correr. Escribir sintiendo el corazón en los brazos del infarto. Ajeno a uno mismo, dominado el cuerpo por la voz, disgregado en palabras poderosas como esquirlas. Convertido íntegro en objetos, en sensaciones que atraviesan el papel como fantasmas, en colores, en pinceladas sutiles del amor. Encontrarse de pronto en la esquina de algún verso, sorprendido de sí mismo, acurrucado contra un verbo delator. Escribir. Digitar en soledad. Soledad del mundo. Soledad. La distancia inmutable del poeta.