martes, abril 11, 2006

ANTONIO MUÑOZ MOLINA: CARLOTA FAINBERG, ALGUNAS CITAS (última parte)


Querido lector, aquí le van, a manera de cebo, las citas de ésta novela corta que les había prometido.
Servido.

“No existe narración inocente, ni lectura inocente, así que el texto es a la vez la batalla y el botín, o, para usar la equivalencia valientemente sugerida por Daniella Marshall Norris, todo semantic field es en realidad un battlefield…”

“(¿es inocente o casual el hecho, ya señalado por Lacan, de que la misma palabra aluda a la culminación del juego sexual y el juego textual, a la encrucijada de texto y sexo en la que ambos se subvierten, ya convertidos en un text y sex, para usar el pun revelador formulado casi en su lecho de muerte por el eximio Paul de Man?)”

“Ya apenas tenía la esperanza de encontrarse con ella alguna vez, pero la seguía buscando en el deseo que le inspiraba cierto tipo de mujeres, y nada más que ellas: rubias, aunque teñidas, de una edad en torno a los cuarenta años, nada de jovencitas, descartaba con un aire de experto, de entendido que rechaza los placeres obvios para otros, nada de gigantas de alta costura con las piernas largas y flacas y las tetas y los labios hinchados de silicona: mujeres ya hechas, decía, maduras en el sentido que tiene la palabra cuando se aplica a la fruta, blancas de carnes, con esa blancura de las mujeres a las que no les sienta bien el sol, con un punto de carnosidad sin abandono, que dé a las manos y a la boca del amante un gozo de abundancia; mujeres firmes, ya trabajadas por la vida, conscientes de las ventajas que la cosmética y la moda otorgan a la belleza, diestras en las sofisticaciones deliciosas del lápiz de labios, de la lencería, del esmalte de uñas, del calzado, conscientes del valor del tiempo que aún les queda para seguir gozando de la plenitud física de la vida…”

“En esos aeropuertos, que se van volviendo más irreales y espectrales según pasan las horas y se acentúa el cansancio, uno se encuentra perdido en un mundo que parece ignorar el término medio, donde el aire acondicionado sopla como viento polar y la calefacción alcanza temperaturas de horno, donde se cruzan atletas bronceados y mujeres con las piernas nervudas de ciclista con gordos y gordas que se han empantanado más allá de los límites de la gordura humana, donde a un paso de una tienda de pañuelos de seda exclusivos o de la ropa o las joyas más caras de la Tierra crepita una fritanga de grasas inmundas en un puesto a todo color de perritos calientes o de hamburguesas en el que también los empleados llevan uniformes a todo color y etiquetas en las solapas con sus nombres de pila, o peor aún, con sus diminutivos, porque los americanos creen como en un artículo de fe en la simpatía inmediata, en el toque personal de llamar Mandy o Phill a un expendedor de comida rápida que gana literalmente una mierda después de pasarse trabajando diez o doce horas y que además se ve en la obligación humillante de llevar una camisa de colores o de rayas y una gorra ridícula, tal vez decorada con monigotes de dibujos animados.”

“Sonreí tontamente, asentí con la cabeza, aunque mirando al suelo, acordándome de que en la época de la contracultura yo estaba internado en un horrible colegio salesiano, donde sólo tuve acceso a la muy modesta revolución sexual del onanismo contaminado de culpa, de miedo no sólo a ir al infierno, sino también a quedarme paralítico o raquítico, según nos advertían los buenos padres encargados de nuestra educación.”

IMAGEN: Fotomontaje por JAG.