lunes, abril 03, 2006

LUCIA ETXEBARRIA: UNA HISTORIA DE AMOR COMO OTRA CUALQUIERA


Relatos: Una Historia de amor como otra cualquiera
Autor: Lucía Etxebarria
Editorial: Espasa Calpe

Muchos escritores sostienen que la única forma de escribir es partiendo de la realidad conocida, ya sea de la propia o de la adquirida a través de las personas que conocemos. En este libro, Lucía Etxebarria nos ofrece una serie de relatos cuya totalidad están inspirados en hechos reales, pero como bien la autora de “Amor, curiosidad, prozac y dudas” lo dice en un texto aclaratorio al final del libro: “eso no significa necesariamente que se trate de historia reales, si no de interpretaciones literarias de la realidad.”

Violación, prostitución, incesto, madres solteras, aborto, brujería, la soledad del éxito, son sólo algunos de los temas que aborda a lo largo de estas 15 historias en las que todos los personajes principales son mujeres. Además, cada texto va acompañado por una foto tomada por la misma autora.

Escritos con un lenguaje testimonial, es decir, planteando la idea de A contándole su historia personal a B, y donde B indefectiblemente es el lector, este un libro de fácil e interesante lectura en el que, desde mi punto de vista, no se logra mantener un mismo nivel. Sin embargo, relatos como: “Cincuenta pasos”, el testimonio honesto, crudo y por momentos enternecedor de una prostituta en sus primero veintes; “Una noche en el cementerio”, una bruja moderna que intenta hacer un hechizo de amor pero que algo sale mal en el intento; o “Un corazón en el techo”, la hermosa historia de una extraño enamoramiento a distancia (a través del teléfono y de la internet) entre una española y un Canadiense, son motivos más que suficientes para recomendar su lectura.

En este último cuento (Un corazón en el techo) encontré un par de fragmentos que me resultaron interesantes y que a continuación transcribo a manera de cebo para los que no han leído el libro aún:

“¿Pero qué es real y qué no es real? La física cuántica afirma que la realidad, como concepto objetivo, no existe, pues depende siempre de un observador. Una silla, por ejemplo, no es en realidad un objeto sólido, es una combinación de millones y millones de átomos, y cada átomo no es más que una serie de electrones que dan vueltas alrededor de un núcleo en medio de un vacío, un agujero negro. El agujero negro es invisible a nuestros ojos, invisible incluso a la lente de un microscopio, pero está ahí. Nosotros vivimos también en medio de un inmenso agujero negro en el espacio, en un planeta que también gira alrededor de un núcleo, con lo cual no podemos saber si cada uno de los electrones que conforma la silla no contiene un mundo en sí mismo: podría tratarse de planetas como el nuestro, girando alrededor de un sol, pero la escala no nos permite ver su contenido. Nosotros vemos una silla que en realidad no lo es, que es un compendio de zillones de electrones adoptando la forma –temporal- de una silla. Desde el espacio, un astronauta jamás podría ver la silla al mirar la tierra, pero eso no significa que la silla no esté ahí, de la misma forma que cuando pensamos en nuestro amor sólo vemos a Zutanito o Menganita, y jamás se nos ocurre pensar en las inmensas colonias de seres vivos –virus, bacterias y microorganismos- que habitan dentro de él, o en los leucocitos o linfocitos que son a la vez seres independientes y parte de un todo más grande, llámese Fulanito o Menganita. Por tanto, no podemos saber qué es real y qué no es real. No hay ninguna razón por la que debamos creer que lo que uno toca, mira, escucha, experimenta o siente como real es algo más que una construcción sintética de la percepción.”

“Pero para los internautas siempre llega un momento en que la experiencia cibernética puede ser más intensa que la que llamamos real: es hiperreal. La mente no habita en un mundo ninguno, sea “real” o “virtual”, sino que viaja entre unos y otros a través de las huellas que dejaron viajeros precedentes, con lo cual una inmersión en el macrocosmos del ciberespacio puede colonizar el subconsciente, y entonces la mente no sólo se adapta al mundo digital sino que acaba por preferirlo (y por eso nos adaptamos con tanta facilidad a los ritmos, a las modas, a los colores que este mundo ha impuesto: escuchamos música electrónica y nos vestimos como Lara Croft). Me enamoré pues de Gabriel, o del Gabriel que construí a través de sus mensajes, de la realidad preconocida que mi mente impuso sobre la irrealidad virtual como si estuviera proyectando mis propias fantasías sobre una pantalla de ordenador.”

NOTA: para mayor información visitar su interesante página personal:
www.lucia-etxebarria.com

IMAGEN: Fotomontaje por JAG.