“A pesar de ser zambo y de llamarse López, quería parecerse cada vez menos a un zaguero de Alianza Lima y cada vez más a un rubio de Filadelfia. La vida se encargó de enseñarle que si quería triunfar en una ciudad colonial más valía saltar las etapas intermediarias y ser antes que un blanquito de acá un gringo de allá. Toda su tarea en los años que lo conocí consistió en deslopizarse y deszambarse lo más pronto posible y en americanizarse antes de que le cayera el huaico y lo convirtiera para siempre, digamos, en un portero de banco o en un chofer de colectivo. Tuvo que empezar por matar al peruano que había en él y por coger algo de cada gringo que conoció. Con el botín se compuso una nueva persona, un ser hecho de retazos, que no era ni zambo ni gringo, el resultado de un cruce contranatura, algo que su vehemencia hizo derivar, para su desgracia, de sueño rosado a pesadilla infernal.”
Con este párrafo, el primero del cuento ALIENACION, escrito en París en 1975 e incluido en la colección SILVIO EN EL ROSEDAL, se inició mi relación imperecedera con el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. Desde entonces, ya hace mucho tiempo, no he podido volver a separarme de él, y cada cierto tiempo vuelvo sobre alguno de sus cuentos y lo releo con la delectación y el interés del primer día.
Julio Ramón Ribyero nació en Lima en 1929 al seno de una familia de clase media que nunca vio con buenos ojos la idea de tener un hijo escritor, carrera que consideraban poco digna y de futuro incierto, ellos más bien soñaban con la estabilidad promisoria de tener un hijo abogado, pero la vocación es poderosa e imposible de persuadir. Así fue que el joven Ribeyro pronto se vio inmerso en un círculo de escritores que editaban sus libros en pequeños tirajes que eran regalados a los amigos y familiares.
Estudio derecho y letras en la Universidad Católica del Perú. En 1952 obtuvo una beca para estudiar periodismo en España, luego pasó por Francia. Alemania y Bélgica. En 1955 publicó la colección de cuentos LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS. Luego regresó a Perú y por un corto periodo de tiempo trabajó en la Universidad de Huamanga. En 1960 regresó a París donde trabajo como periodista en la France Press y después como consejero cultural y embajador ante la UNESCO.
Ribeyro siempre se mantuvo alejado del circuito literario y de todo protagonismo, fue un escritor “marginal” por elección, además de un fumador compulsivo. En 1974 le detectaron cáncer, enfermedad con la que lucharía por veinte años y ante la que perdió la batalla con un cigarro en la mano puesto que, para él, existía una relación directa entre el tabaco y la escritura y cuando dejaba de fumar escribía mucho menos y, ante la decisión de vivir más y escribir menos o vivir menos y escribir más, Ribeyro optó por lo segundo.
A lo largo de su prolífica carrera, Ribeyro cultivo diversos géneros publicando cuentos, novelas, ensayos, obras de teatro, aforismos, cartas y un diario íntimo bajo el título LA TENTACION DEL FRACASO.
En 1983 recibió el PREMIO NACIONAL DE LITERATURA, en 1993 el PREMIO NACIONAL DE CULTURA y en 1994, poco antes de morir, el premio JUAN RULFO.
Traducido a varios idiomas, Ribeyro es sin duda uno de los escritores más importantes del Perú y de Hispanoamérica.
Personalmente, no sólo admiro al escritor si no al individuo, al Ribeyro de la casa, de los cigarros, de la duda eterna, del ajedrez y los chascos infinitos, del nexo compulsivo con la palabra a pesar de la muerte. Es por eso que en una serie de entregas por venir, intentaré aproximarme a Ribeyro el individuo. Y, que mejor forma de empezar que con las palabras del propio autor en torno a la escritura.
“No se escribe por una razón, sino por varias, cuya importancia varía según las épocas y el estado espiritual del escritor. Personalmente, y sin que el orden implique prioridad, escribo porque es lo único que me gusta hacer; porque es lo más personal que puedo ofrecer (aquello en lo que no puedo ser reemplazado); porque me libera de una serie de tensiones, depresiones, inhibiciones; por costumbre; por descubrir, por conocer algo que la escritura revela y no el pensamiento; por lograr una bella frase; por volver memorable, aunque sea para mí, lo efímero; por la sorpresa de ver surgir un mundo del encadenamiento de signos convencionales que uno traza sobre el papel; por indignación, por piedad, por nostalgia y por muchas otras cosas más”, JULIO RAMON RIBEYRO.