A veces reúno las fuerzas mínimas para lograr una erección medianamente placentera. Es lo único que me queda de aquel largo camino. De aquel laberinto esplendoroso y siniestro. Nada más que esta erección mediocre y el placer de la autocomplacencia, y la enfermedad. Es precisamente por eso que he decidido escribir estos cuadernos. Para recuperar lo vivido ahora que nadie se digna a desear mi cuerpo venido a menos. Ahora que estoy sólo y quiero empezar a ver otra cosa que no sea a la muerte masturbándose en la pared blanca de mi cuarto de condenado.
Soy un escritor frustrado. Eso es algo que todas las personas que han pasado por mi vida saben. Pero ustedes aún no saben nada. Por ahora sólo sepan que lo que sigue a continuación es la crónica caprichosa de una vida intensa y desbocada.
Este es el momento para dejar de leer si se es un puritano de verdad o si se es menor de edad y no se puede esconder este libelo de los padres. Es gracioso, pero, en este momento, estoy seguro que todos se están muriendo por recorrer estas páginas. El morbo es poderoso, es un recurso infalible para capturar la atención. Por eso también estoy escribiendo estos cuadernos, porque sé que la lectura del mismo, representa un acto individual, y todo acto puramente individual, se manifiesta cuando nadie nos ve, o mejor dicho, en ausencia del otro. Puede ser tan sólo ausencia de pensamiento. Nadie sabe realmente lo que estamos pensando, ese es el verdadero dilema moral del hombre: el segundo en el que podemos hacer o pensar algo sin ser juzgados. Y, ese es, precisamente, el instante mágico en que el hombre siempre se corrompe. Es en esos rincones secretos de la vida de todo ser humano donde germina la oscura semilla de la doble vida. Y, es allí, en donde transcurrirán las páginas de este libelo.
En realidad, esto he de decirlo desde ya, yo no tuve doble vida. Yo tuve mil, millones de vidas. Cada una más dulce y más venenosa que la otra. No me importa ya el juicio de la gente. El asco. La marginación. La incomprensión hipócrita y desmedida de los hombres. Sí algo he aprendido en estos últimos tiempos, los últimos de mi vida sobre la tierra, es que el ser humano es vil, y bajo, y que vive regido por una doble moral, y que es bastante incapaz de llegar a esa apertura de mente de la que muchos hablan. El ser humano vive atado a los extremos y a la intransigencia. Nada más.
Este es, entonces, un grito desmedido que viene del dolor de la muerte próxima. Es un acto de liberación. No importa que muchos digan, al cerrar el libro, que esto es un asco. Sé que en el fondo, todos se encontrarán reflejados en estas historias. Todos sentirán el miedo inevitable de verse en el espejo de esta noche oscura que he sido yo sobre la tierra.
IMAGEN1: “Luna sobre la urbe”, fotografía por JAG.
IMAGEN2: “El andar del condenado”, fotografía por JAG.
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IMAGEN2: “El andar del condenado”, fotografía por JAG.
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