martes, enero 29, 2008

EDITORIAL N, UNA TERRIBLE EXPERIENCIA

Hace unos años decidí mandar el manuscrito de una novela a la editorial N, una de las más importantes del Perú y Latinoamérica. Lo recibieron y, claro, eso pasa en todas las editoriales grandes, se tomaron su tiempo para pasarla por el equipo de lectores. Finalmente, cuando ya empezaba a pensar que mi novela iba a dormir el sueño de los justos, recibí un correo del editor en el que me decía que el libro les había gustado y que querían publicarlo. Incluso, llegó a enviarme, como archivo adjunto, los comentarios de los lectores. Todos súper favorables. Caricia directa al ego. Como cualquiera, me emocioné, y hasta llegué a celebrar con los amigos. Ya había publicado con A y publicar con N significaba un paso importante para mí. Sin embargo, fue con tan grata noticia que empezó mi viaje hacia lo oscuro.

Acordamos la publicación para ese mismo año. Feliz y con la certeza de que así sucedería, compré mi pasaje a Perú. Al ver que pasaban las semanas y que el editor de N no se manifestaba, empecé a preocuparme y me animé a escribirle. Luego de un largo silencio en el que sentía que le estaba escribiendo a una pared, recibí un escueto correo electrónico en el que, el editor, me decía que no iba ser posible publicar mi libro ese año, pero que igual le gustaba y que quería editarlo.

Con pasaje comprado y bastante fastidiado, viaje a Perú y, ni bien se pudo, me reuní con él. Me trató bien, me dijo que al año siguiente saldría de todas maneras y procedió a imprimir el contrato. Esa era para mí una prueba clara de que el proyecto estaba en marcha. Firmé sin chistar. Pero un ligero problema surgió en el camino. El editor me dijo que el gerente general estaba de viaje y que no iba a poder firmar el contrato. Sin embargo, insistió en que todo estaba en orden.

Con la promesa de editarlo, presentarlo en Lima para la FIL del año siguiente y, el contrato de varias páginas firmado solo por mí, regresé a San Francisco. No había perdido nada más que un año y el dinero del pasaje más los gastos del viaje. No importa, me dije, total, el libro ya está escrito. Pero, otra vez empezaron a transcurrir los meses sin recibir noticia alguna del editor. Le escribía correos electrónicos que nunca respondía. Son personas ocupadas, pensaba con la mejor de las intenciones. Finalmente, a las cansadas, recibí uno que confirmaba lo acordado. Procedí a la compra de pasaje y, aunque usted no lo crea, un mes antes de la fecha acordada. Recibí otro correo electrónico en el que, el editor de marras, me informaba que no iba a poder publicar el libro por razones ajenas a su voluntad. Ahí si me molesté. Pero, me dije, ya estoy en esto hasta el cuello, hay que darle para adelante no más, total, el libro ya está escrito.

Segundo viaje a Perú sin libro. Reunión con el editor en el pomposo edificio. Ahora sí compadre. El próximo año sale. Sacó el calendario y me dijo que escogiera fecha a voluntad. Mientras llegábamos a un tercer acuerdo en el que me prometía el cielo y la tierra, me comentó del caso de varios escritores que estaban en la eterna lista de espera de la editorial N y, a manera de confesión, me dijo que la editorial no ponía mucho interés en el área de literatura, que para ellos los manuales para tontos y los libros de auto ayuda eran el gran negocio.

Con desconfianza regresé a San Francisco. Otra vez los meses de correos electrónicos sin respuesta se sucedieron hasta que, finalmente, recibí un correo minimalista: Siento mucho decirte que no voy a poder publicar tu libro y, aunque me gusta la novela, será mejor que demos por terminada nuestra relación. No le contesté. Pensé, ¡qué hijo de la guayaba!, ¡qué falta de seriedad!, ¡qué poco profesionalismo! Pensé en cuántos escritores, con la esperanza de verse publicados por un sello de “prestigio” como ese, habían pasado, o estaban pasando por la misma situación. Pensé también en cómo se podía aguantar tanto. Me dije cojudo mil veces por haberme dejado mecer de esa manera. Pensé en invertir por tercera vez en un pasaje de avión sin libro, solo para tumbarles la puerta a patadas. No lo hice.

Después de aquella nefasta experiencia, no he dejado de encontrarme con gente del medio que piensa lo mismo que yo, o que ha tenido una experiencia parecida con la editorial N: eternas promesas, palabras al viento, correos sin respuesta, profesionalismo de cerdo, seriedad de payaso. En realidad y tratando de no ser tan malo pero sí, parece que, el editor, no tiene ni voz ni voto; que se encuentra atrapado bajo la corbata de un gerente al que le importa un carajo la literatura; que se mete en camisa de once varas “sin querer queriendo”; que ejerce el triste deporte de quedar como un cerdo por un miserable cheque mensual. Triste. Muy triste. Tristísimo.

¿Indignado?
Por supuesto, perdí dos años y medio, casi tres, y el dinero de dos viajes sin libro.
¿Nombres?
¿Para qué?
Los que saben, saben.
Y los que no, pues ya se enterarán.
Eso es seguro.
Es un patrón de conducta que no se ha corregido.
Yo solo necesitaba sacármelo del pecho.

Fotografía: "El rostro del fuego", JAG 2007