miércoles, abril 02, 2008

PERSONAJES DE SAN FRANCISCO Y BREVE HISTORIA DE UN INMIGRANTE

“Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez.”
Gabriel García Márquez

“Palpar la imagen, escuchar la sangre.”
Blanca Varela

Aquí hay un slide show que pueden ver antes o después de leer el texto.

Dejé la ciudad de Lima en Marzo del 2002. Era la primera vez que viajaba a Estados Unidos y me iba para siempre. Dejaba todo mi mundo conocido y apuntaba a renovar mi vida, a la búsqueda de nuevos espacios, de nuevas aventuras. No vine a estudiar ni a hacerme rico, vine a buscar una rendija dentro del sistema que me permitiera producir el dinero suficiente para sobrevivir y que me diera mucho tiempo para la creación, cosa esta última que, en Lima, por diversas razones que ahora resulta ocioso mencionar, me faltaba muchísimo.

Entré a este país por Florida, el Estado que los sudamericanos adoran por ser tierra de Centros Comerciales y clima tropical. Sin embargo, para mí, el encuentro con Florida fue una enorme decepción. Caliente, húmeda, plana, consumidora compulsiva, cuadrada, cubano-republicana, plástica, azotada por huracanes de sueños en papel moneda, sin identidad y con una actividad cultural casi nula y prefabricada. Eso fue Florida para mí o, al menos, esa fue la impresión que me dejó durante mis primeras tres semanas en aquel barrio soleado y tristísimo llamado Coral Springs. Confieso que más de una vez pensé que si de eso se trataba todo en Estados Unidos, pues me regresaría volando a Lima y me entregaría feliz a su caos, a sus taras y a sus infinitos conflictos para siempre.

Sin embargo, todo cambió tres semanas después, cuando hice mis maletas y partí rumbo a California donde vive mi hermana desde hace más de diez años. La sola idea de estar cerca al océano Pacífico, en playas en las que la gente toma el sol mirando al mar, como debe ser, y no como en Florida donde la gente se broncea mirando a los edificios, ya me resultaba gratificante. Además, la idea de ir a San Francisco me emocionaba al saber que, en esa ciudad, los Beats habían hecho de las suyas caminando por el Barrio Chino, emborrachándose en el Vesubio o recitando en City Lights; que en sus calles se habían vivido los mejores momentos de La Generación de las Flores; que los Panteras Negras habían levantado el puño en alto en busca de igualdad; que San Francisco era, finalmente, y todavía lo sigue siendo, un espacio de mucha tolerancia y efervescencia cultural que se rige por sus propias leyes, las de la autenticidad, la igualdad y el derecho a hacer de tu vida lo que te venga en gana.

Y vaya que no me estaba equivocando, San Francisco me recibió con los brazos abiertos, con la magia de sus calles sinuosas, de sus edificios victorianos, con su cielo azul imposible y su bahía de aguas heladas y gentiles, con gente de todo el mundo caminando por las calles, con música, con arte, con poesía. Sin embargo, el esplendor de ver lo nuevo con los ojos del turista que sabe que se queda para siempre, duró lo mismo que los ahorros de todo lo vendido en Lima, o sea, muy poco. Entonces, me vi forzado a poner los pies sobre esta tierra extranjera, a empezar la búsqueda de mi nuevo espacio, de la vida con la que tanto había soñado. Y, como para la mayoría de inmigrantes, el periplo fue largo y difícil, pero fructífero al final.

Primero, trabajé como mesero, pero el estrés me sacó de ese restaurante de clase alta a los tres días. Siempre pensaba, aterrado, que iba a largar los finísimos platos sobre esos gringos de costosísimos trajes y narices respingadas. Después, entré a un gran almacén de ropa en el que trabajaba de diez de la noche a seis de la mañana. Mi trabajo consistía en abrir cajas y clasificar ropa. Esta vez, el cuerpo y la voluntad me duraron un mes en el que sentí que había pagado todas mis deudas y que me había tomado todos los redbull de la tierra. Luego, trabajé por casi un año en una de las tiendas de muebles más importantes del mundo. Era una tienda ciclópea en la que los clientes se podían perder fácilmente y que, en un buen sábado, podía recibir veinte mil clientes y facturar más de un millón de dólares. Hasta ahora me pregunto cómo demonios aguanté un año entero en esa tienda del diablo trabajando en horarios estrambóticos que cambiaban día a día y con ese sueldo paupérrimo. No lo sé. Pero llegó el día en el que no soporté más la tensión diaria de tener que lidiar con los consumidores de este país que son, en su mayoría, descorteses, indiferentes y que siempre creen tener la razón aunque ellos mismos sepan que no la tienen.

Gracias al cielo, a todos los dioses y a la llamada salvadora de mi hermana que fue la que me pasó el dato, fue que encontré la escuela de español en la que trabajé por cuatro años, y que fue, ni más ni menos, el espacio que estaba buscando. El horario flexibilísimo que me deja las mañanas enteras para la creación, la independencia total para preparar las clases, y la inexistencia de la burocracia propia de los centros educativos, sumadas a una gama extremadamente variada e interesantísima de estudiantes, lo convirtieron, desde el principio, en el lugar propicio para mí. A fines del año pasado renuncié a la escuela y desde entonces me gano la vida enseñando español por mi cuenta y haciendo traducciones, pero esa es otra historia. Sin embargo, es necesario decir que fue gracias a todos esos primeros trabajos y al calvario vivido, que me pude adentrar más y más en el alma de esta ciudad única y hermosa. San Francisco es, literalmente, una burbuja progresista dentro de un país retrograda y soso en muchos aspectos, es un fresco vivo de multiculturalidad y de expresión libre.

Algo que me gusta muchísimo, es que la gente sabe tomar las calles para celebrar su identidad. El Día del Orgullo Gay es, de hecho, el ejemplo más conocido, pero no es el único. Hay múltiples celebraciones que llenan las calles varias veces al año con los personajes más interesantes, mágicos, tiernos y perturbadores que uno se pueda imaginar. La Feria de la calle Folsom, reúne a los adoradores del cuero y el fetichismo y, es quizá, uno de los eventos más intensos y fuertes que haya presenciado jamás. En ella uno puede ver cosas que resultan difíciles de imaginar. Por otro lado, la celebración más próxima a los latinos es definitivamente, El Día de Muertos, en la que el espíritu mexicano se adueña de la urbe con sus altares y sus calaveras de azúcar. Y el Año Nuevo Chino, y la Marcha de Lesbianas, y la Feria de Haight, y un largo etcétera.

Lo cierto es que, San Francisco, siempre depara sorpresas maravillosas. Al salir a caminar un día cualquiera, uno se puede encontrar con un hombre que sostiene un cartel en el que se lee: “Abrazos Gratis”; con un ser rosado que vuela juguetón entre la muchedumbre en un monociclo que maneja con destreza envidiable; con un hombre desnudo que, con patines de piel, se desliza muy silvestre por las avenidas; con un bailarín de “tap” que sorprende con su destreza; con un cantante de opera que regala feliz lo mejor de Puccini al viento de la tarde, o con par de jóvenes que acarician sus violines con los ojos cerrados en medio de una calle transitada.

Pero, claro, contarlo es insuficiente, es necesario verlo, es necesario vivirlo. Es por eso que, desde hace más o menos dos años, empecé a desarrollar una secuencia fotográfica que he titulado “Personajes de San Francisco”, y con la que no pretendo nada más que entregar una muestra del espíritu libérrimo de esta ciudad de setecientos mil habitantes de la que estoy perdidamente enamorado. El proyecto sigue en marcha, no sé cuál será su final ni cuando lo terminaré. Por lo pronto, aquí pueden ver algunas fotos de este proyecto. En los próximos días subiré más. Espero que las disfruten.

Fotografía: “La tristeza”, San Francisco, 2008, por JAG