lunes, mayo 12, 2008

DIARIO DE UNA PÉRDIDA 1

Medianoche en el aeropuerto de San Francisco. Juaneco y su combo en el discman. Los pasadizos vacíos brillan. Poca gente en este espacio blanco. Un grupo de aeromozas asiáticas desfilan vestidas de coral. Una de ellas me mira, la timidez toma de pronto su rostro. No me importa. En este momento Lima duerme. Mi viejo está en el Hospital del Empleado. No sé en que piso está, pero duerme ahora en algún cuarto de ese hospital viejo y enorme. Mañana lo veré. Mañana por la tarde sus ojos y los míos se encontrarán nuevamente. Él no sabe que estoy yendo; no sabe que he dejado todo por ir a su encuentro. Mi viejito tiene 79 años y cáncer. Los médicos aún no pueden dar un diagnóstico certero, lo único que pueden afirmar es que lo tiene y que está avanzado. El conteo tumoral en la sangre debe ser de cuatro y él tiene cuatro mil. Con tristeza me pregunto cuándo empezó a crecer la enfermedad en su cuerpo; cuándo se empezó a desplegar la muerte en su paso inexorable. La cumbia es un ritmo poderoso que me saca de todo pensamiento oscuro. Ha llegado el avión que me llevará a El Salvador, la escala obligada en este viaje. Luego seguiré escribiendo.

Imagen: “Mis padres”. Esta foto la tomé en diciembre del año pasado, ¿quién iba a pensar que la enfermedad ya estaba enquistada?