viernes, junio 27, 2008

PUCUSANA, AL SUR DE LIMA

Como en Punta Lobos no picaba ni un miserable borracho y mi hermano no quería que regresara a San Francisco sin haber pescado al menos un par de jureles, decidimos ir a Pucusana y alquilar un bote, cosa que, se supone, para la pesca no tiene pierde.

Llegamos a Pucusana, balneario popular, caleta de pescadores, tierra de abundantes perros chinos peruanos del Perú y calles angostas y polvorientas, a las diez de la mañana. Al instante los mecanismos del recuerdo se pusieron en marcha; todas las veces que había ido con la familia se empozaron en la memoria como nenúfares de luz.

Estacionamos el carro, bajamos, sacamos las cosas de la maletera y caminamos rumbo a los botes donde un viejo pescador no tardó en ofrecernos sus servicios. Mi hermano, “cancherazo”, le dijo al maestro; “Queremos que nos lleves a un lugar donde haya buena pesca, no queremos sacar huevaditas, queremos pescar algo bueno. Mira, si nos sacas bien, te vamos a dar una buena propina.”

Con esa promesa empezó nuestro viaje. El bote se internó treinta minutos hasta una playa desierta y rodeada de acantilados llamada “El Carbón”. El viejo pescador apagó el motor y lanzó la enorme piedra que fungía de ancla. “Aquí puede salir buena pintadilla”, acotó. Sacamos los cordeles, colocamos las carnadas y revoleamos. Pero nada había en, El Carbón, más allá de un cardumen de pescaditos insignificantes llamados “Conguitos”.

Como el pescador pensaba en nuestra petición y en la propina agregada, decidió llevarnos a otro sitio. Sin emabrgo, cuando levantó el ancla e intentó encender el motor, nada pasó. Una y otra vez intentó encenderlo, enroscaba la cuerda y tiraba con toda su fuerza, pero nada, solo un traqueteo perro y desesperanzador. Al octavo intento ya se veía la preocupación en el rostro del viejo. Felizmente, mi hermano había llevado su teléfono celular y el Pescador pudo llamar a su hijo para que viniera a remolcarnos.

Más de media hora después apareció el hijo y nos remolcó hasta la misma entrada de la bahía. Ahí cambiamos de botes y el hijo se fue remando a puerto, mientras el pescador nos llevaba a una punta rocosa donde los miserables “Conguitos” volvieron a atacar nuestros anzuelos con sus picadas risibles.

Cansados ya de tan poco éxito, dejamos que el pescador nos llevara a otro lugar donde dijo que podríamos sacar algunos jurelitos.

En realidad no pesqué nada interesante, tres cojudeces y una cuarta cojudecita, pero no me importó, el paseo, el tiempo compartido con mi hermano y el puñado de fotos que aquí les dejo, hicieron que todo valiera la pena.


AQUÍ EL SLIDE SHOW


IMAGEN: “Pescador remando”, Pucusana, Lima-Perú, 2008