Cuando se va a las montañas en invierno los ojos del paseante se solazan ante el límpido espectáculo del hielo. La naturaleza se transforma en un espacio onírico. El cielo posa sus azules sobre el polvo de nieve recién caído. El lago se mueve discreto bajo una gruesa capa de agua congelada que cruje misteriosa aquí y allá. Los troncos y las piedras se levantan indistintamente como queriendo asir el viento frío del alba. Todo aparece con una belleza estática de fotografía a color. Y con el sol del medio día llegan los muchachos a deslizarse en las colinas. Sus carcajadas blancas como la nieve se convierten en el nuevo silencio del paisaje. Sus chaquetas de colores estridentes son como saetas rajando el lomo terso de la bestia purísima del invierno. Todo es el arcano, todo es el ojo sobrecogido, la imagen que exige un creador. Y es interesante notar la manera en que la nieve siempre invita a la mirada amplia, a la montaña, al lago, al cielo, a la composición abierta del paisaje esplendorosamente detenido. Sin embargo, la construcción del todo es un acto infinitesimal, un acumularse de partículas, de cristales celestes, de gotas que de súbito se detienen en un arrebato de frío. Es precisamente a ese microcosmos al que se ha dirigido el lente de mi cámara en la secuencia de 45 fotografías que hoy les entrego como una manera de empezar el año 2009 con una mirada limpia y renovada. Con ustedes, El lenguaje del hielo.
IMAGEN: El Lenguaje del Hielo 3, por JAG.