Era viernes y me encontraba pescando en una roca solitaria del lago Pinecrest. La pesca era lenta y el paisaje insuperable. Aguas calmas y sol intenso en un cielo atravesado ocasionalmente por tímidos nimbos. De pronto una banda de muchachos apareció en sendos kayaks de colores. Remaron hasta el pie de una alta plataforma de piedra a pocos metros de donde yo me encontraba. Bajaron en tropel, subieron hasta la cima y empezaron a saltar al lago. Se paraban al pie de la caída, dudaban, retrocedían, se presionaban unos a otros, se retaban. Los más valientes se entregaron al vacío primero. Los otros los siguieron a pesar del miedo puesto que era necesario no quedar mal y atreverse. Para mí fue un espectáculo riquísimo de purísima adolescencia. Dejé la caña a un lado, tomé la cámara y me puse a disparar. Y mientras capturaba estas imágenes, me remitía inexorablemente a mi propia adolescencia: Emilio, Claudio, Eduardo, Milko, Paco, Miguel, Sandro, Yuri, Joseph, amigos de los tiempos inmortales, de las tardes doradas, de las fiestas infinitas y los primeros amores; amigos de competencias y saltos y broncas y pendejadas y conversaciones tristes y partidos interminables a la hora de ocaso.
Y de pronto, tras mi cámara, parado solo en esa roca tibia de la mañana, me sentí un hombre viejo.
Aquí les dejo este humilde testimonio visual-casual de la maravillosa adolescencia.