Qué engañosa puede ser la palabra. A veces, uno se enamora de una frase, de un verso, de un título que de pronto se manifiesta absoluto, despliega toda su fuerza, y se hace único e irremplazable. Pero pasan los días y uno se da cuenta de que todo era mentira, de que ese verso, esa frase, ese título, no valen ni un céntimo, de que todo no fue si no una especie de espejismo, un pozo de aguas cristalinas seduciendo en la masa lenta de los sesos.