miércoles, febrero 22, 2006

SEIS PROSAS LIMEÑAS (primera parte)

LA COMETA
Un estacionamiento grande y vacío. El recuerdo. Yo volando mi cometa. Mi barril con cola larga de retazos. Mi hermano mayor, capo, me la armó bien firme y le hizo los tirantes como nadie. Yo le compraba harto pabilo y la dejaba ir. La elevaba y la elevaba. La hacía saludar y le mandaba mensajes. La amarraba a un poste y me sentaba a mirarla. Horas. Más alta que los pájaros. Estática. Diminuta. Colgada del cielo. Libre. Y sentía el aire que la mantenía elevada soplando contra mi rostro elevadísimo. Libertad. Libre. Yo colgado del cielo. Viento y pájaros abajo. Y soledad de pampón grande abierto como el cielo. Y chiquillo sentado al lado de un poste mirando su cometa. Así es la libertad. Cometa de cola larga. Barrilito firme que vuela alto. Con harto pabilo como su mejor cadena al mundo.
Tardes de puta madre. Anaranjaditas. Con el sol redondito cayendo al oeste. El recuerdo. Un chiquillo feliz que ya sabe estar solo volando su cometa. Libertad.

EL BARRIO
Vista Alegre. Barrio bonito. Pintón. Lleno de parques siempre verdes que, en verano, se llenan de chiquillos alegres. Y, en Febrero, se inunda de globos de multicolores que atraviesan el aire, que revientan en inmensas gotas de agua, en risotadas estridentes que alivian un poco la dura vida de los viejos. Saca pica que la clase media se esté yendo a la mierda. O probrísimos o cagados en plata. Ciudad extraña donde cualquier opción es un extremo y todo extremo es también en gran medida, una mierda. Así es mi Lima leprosa. Combi zigzagueando y delirio. Niño solito, calato de gente, volando su barril en el pampón. Ahora, centro comercial. Mastodonte de cemento tapando para siempre la bola anaranjadita del sol.

SURCO VIEJO
Surco Viejo. Pobre. Sucio. Calles angostísimas llenas de huecos. De fumones. De choros. De travestis feos y ridículos. De callejones larguísimos donde viven cuchumil personas, unas encima de otras, como en combi. Y crían patos y pollos y gallinas desnutridas que ponen huevos de colibrí. Y perros que tienen nombres pendejos como Waldir, Balán o Dieguito. Y los chiquillos juegan al fútbol con una pelota que el más bacán le robó a un pituco de los que viven allá arriba. Surco viejísimo venido a menos. Venido abajo desde el piso más alto de la torre de Lima. Parapléjico. Con hambre. Pero también, Surco Viejo es bonito. Abuelos lindos que viven de recuerdos con olor a vid. Y vino. Y vendimia. Y juergón bravo de varios días una vez al año en el verano. Todo el pueblo borrachazo, recontento, liberándose un poquito. Con harta música criolla y chicha y rock. Y que el Carreta Jorge Perez. Y que el finadito Chacalón. Y que el suicida de Cobain llegando a la última lona del Marketing en la vendimia linda de Surco Viejo. Vendimia linda. Amarilla. Negra. Blanca. Rosadita. Marrón. Sicodeliquísima. Cebiche con mango. De cualquier color. De cualquier ritmo. Pero siempre chola. Cholísima. Y bastante comida. Como si Surco Viejo no fuera pobre. Como si no tuviera hambre. Arroz con pato, frijoles, papa a la huancaína, anticuchos y picarones. ¡Rico carajo! Lo único feo son las blanquiñositas que traen de arriba para hacerlas reinas de la Vendimia. Reina rubia y de ojos verdes entre tanto retaco oscuro, bamba fija. Sólo para que quede bien la foto en el periódico. Eso jode. Porque esta es fiesta de pueblo, de chola rica y no de rubia clasista y cojuda que sólo viene para la coronación y que no zapatea ni come frijoles.