jueves, febrero 23, 2006

SEIS PROSAS LIMEÑAS (segunda parte)

LIMA DURA
Hay mentira como vendas alrededor de nuestros ojos. Lima. Centro de Lima. Palacio de Gobierno. Y miles de ladrones y prostíbulos y ambulantes. Y no hay más fondo que tocar cuando cientos de chiquillos mueren en las calles con los pulmones llenos de terokal. Sin alma. Sin poder recordar como fue la luz. O la bondad. O el maldito derecho a vivir como cualquiera. Intoxicación. Drogas. Hambre. Sexo. Y miles de cortes en la piel. Y niño solo. Sin cometa. Fumando pai con vendas en los ojos. Es seguro que la muerte es salvación para muchos en mi Lima. Ciudad de mercado negro. De piratería absoluta. De Perú concentradísimo en la plaza de armas viendo al innato hijo de puta del presidente, todo duro, tirando nuestro país como bolita de papel al tacho de basura ¡Qué viva la democracia! ¡Qué Viva! ¡Qué Viva! Años de años el país en manos de la democracia. ¿Y qué? Más pobres. Más hambrientos. Más brutos. Más muertos. Más vivos. Terrucos. Y nada. Un aplauso para la demagogia. Hasta aquí hemos llegado de la mano triste y cancerosa de nuestra democracia. Hasta aquí: Vorágine. Caos. Niño de diez años arranchándome el reloj y facto. Hasta aquí hemos llegado. Y ya no queda fondo para hundirse. Tan sólo empezar a arañar las paredes del hueco. Y mirar la luz allá arriba. Arribísima. Y arañar y arañar hasta que sangren los dedos y las paredes del hueco. Y saber que nosotros no vamos a llegar arriba. Ni siquiera nuestros hijos. Quizá, tal vez sí, los hijos de los hijos de nuestros hijos, ya con las manos cambiadas por garras de tantos años y tantas generaciones rasgando y rasgando las paredes del pozo. Y Lima es un ascensor de rascacielos neoyorkino construido hacia abajo que desciende y desciende. Y que toda la vida en Octubre se pone morada y reza, reza mucho. Como si supiera desde siempre que está cagada. Que necesita salvación. Y salvación no es un cura loco rogándole a tu mujer que no tome la píldora porque es pecado. Ni un cholo viejo alucinado que se jura Dios en Cieneguilla. Salvación eres tú mismo haciendo menos terrible este infierno. Esta Lima que ya no sabe ni quién es. Y que no es otra que una vieja paranoica que en cualquier momento se nos mata en una hostal pulgosa del centro con diez gramos de coca reventándole en el pecho. Como un ciudadano cualquiera que no se atreve. Porque para matarse hay que tener cojones. Será por eso que me intoxico bastante. Porque quiero morir y no me atrevo. No. No es un rollo de cojones. Es sólo que me gusta vivir. Es sólo que me gusta morir. Como a Lima. Igualito.