Como muchos, como pocos, o como no los suficientes, mi primer acercamiento a la obra de Martín Adán fue a través de “La casa de cartón”, un librito curioso y sumamente difícil de ubicar en un género determinado. A lo largo de la historia la han llamado novela, novela vanguardista, largo poema en prosa, novela poemática y un largo etc. Lo cierto es que esta obra aún sigue perteneciendo a ese rubro de libros raros e inclasificables. Hay que recordar que el mismo Adán dijo al respecto: “Lo escribí siendo colegial, para ejercitarme en las reglas que el profesor de gramática castellana, Emilio Huidrobo, nos daba”.
El libro está conformado por una serie de viñetas en las que al autor retrata con una prosa de frases cortas, rápidas y agudas, el mundo de su muy querido y único balneario de Barranco durante los años veinte.
Con una destreza admirable el escritor nos lleva a través de sus espacios y sus personajes. Irónico, vanguardista y lúdico, el joven Adán nos sorprende con su absoluto y aleccionador manejo del lenguaje y con esos referentes de lecturas impropias para un jovencito.
La primera aparición de “La casa de cartón” se dio en la revista “Amauta” dirigida por José Carlos Mariategui. Pero el libro como tal vería la luz en 1928 con prólogo de Luis Alberto Sánchez y colofón de José Carlos Mariátegui.
Una aparición poderosa, deslumbrante y auspiciosa para un muchachito de tan sólo 20 años.
A continuación transcribo una de mis partes predilectas de “La casa de Cartón”.
Servido:
POEMAS UNDERWOOD
Prosa dura y magnífica de las calles de la ciudad
sin inquietudes estéticas.
Por ellas se va con la policía a la felicidad.
La poesía gafa de las ventanas es un secreto de costureras.
No hay más alegría que la de ser un hombre bien vestido.
Tu corazón es una bocina prohibida por las ordenanzas
de tráfico.
Las casas rumian sus paces de buey.
Si dejaras saber que eres un poeta, irías a la comisaría.
Límpiate de entusiasmos los ojos.
Los automóviles te soban las caderas, volviendo la cabeza.
Cree tú que son mujeres viciosas. Así tendrás
tu aventura y tu sonrisa para después de la cena.
Los hombres que tropiezan tienen la carne encallecida
de oficina.
El amor está en cualquier parte, pero en ninguna está
de otro modo.
Pasaban obreros con los ojos resentidos con la tarde,
con la ciudad y con los hombres.
¿Por qué había de fusilarte la Checa? Tú no has acaparado
sino tu alma.
La ciudad lame la noche como una gata famélica.
Y tú eres un hombre feliz, quizá el único hombre feliz.
Tienes camisa y no tienes grandes pensamientos
de ninguna clase.
Ahora siento cólera contra los acusadores y los consoladores.
Spengler es un tío asmático, y Pirandello es un viejo
estúpido, casi un personaje suyo.
Pero no he de enfurecerme por pequeñeces.
Mil cosas han hecho los hombres peores que sus culturas:
las novelas de Víctor Hugo, la democracia, la instrucción
primaria, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera.
Pero los hombres se empeñan en amarse los unos a los otros.
Y, como no lo consiguen, acaban por odiarse.
Porque no quieren creer que todo es irremediable.
La polis griega sospecho que fue un lupanar al que había
que ir con revólver.
Y los griegos, a pesar de su cultura, fueron hombres felices.
Yo no he pecado mucho, pero ya sé de estas cosas.
Bertoldo diría estas cosas mejor, pero Bertoldo no las diría nunca.
Él no se mete en honduras -y está viejo, quiere paz y hasta
apoya a los moderados.
El mundo no está precisamente loco, pero sí demasiado
decente. No hay manera de hacerle hablar cuando está
borracho. Cuando no lo está, abomina de la borrachera
o ama a su prójimo.
Pero yo no sé sinceramente qué es el mundo ni qué son
los hombres.
Sólo sé que debo ser justo y honrado y amar a mi prójimo.
Y amo a los mil hombres que hay en mí, que nacen
y mueren a cada instante y no viven nada.
He aquí mis prójimos.
La justicia es unas estatuas feas en las plazas de las ciudades.
Ninguna de ellas me gusta ni poco ni mucho -no son
diosas ni mujeres.Yo amo la justicia de las mujeres sin túnica
y sin divinidad.
En punto a honradez, no soy de los peores.
Como mi pan a solas, sin dar envidia a mi prójimo.
Nací en una ciudad, y no sé ver el campo.
Me he ahorrado el pecado de desear que fuera mío.
En cambio deseo el cielo.
Casi soy un hombre virtuoso, casi un místico.
Me gustan los colores del cielo porque es seguro que no
son tintes alemanes.Me gusta andar por las calles algo perro, algo máquina,
casi nada hombre.
No estoy muy convencido de mi humanidad; no quiero ser
como los otros.
No quiero ser feliz con permiso de la policía.
Ahora en las calles hay un poco de sol.
No sé quién se lo ha llevado, qué mal hombre, dejando
manchas en el suelo como un animal degollado.
Pasa un perrito cojo -he aquí la única compasión, la única
caridad, el único amor de que soy capaz.
Los perros no tienen Lenin, y esto les garantiza una vida
humana pero verdadera.
Andar por las calles como los hombres de Pío Baroja
(todos un poco perros).
Mascar huesos como los poetas de Murger,
pero con serenidad.
Pero los hombres tienen posvida.
Por eso dedican su vida al amor del prójimo.
El dinero lo hacen para matar el tiempo inútil, el tiempo
vacío…Diógenes es un mito -la humanización del perro.
El anhelo que tienen los grandes hombres de ser
completamente perros. Los pequeños hombres quieren
ser completamente grandes hombres, millonarios,
a veces dioses.
Pero estas cosas deben decirse en voz baja -siento miedo
de oírme a mí mismo.
Yo no soy un gran hombre -yo soy un hombre cualquiera
que ensaya las grandes felicidades.
Pero la felicidad no basta a ser feliz.
El mundo está demasiado feo, y no hay manera
de embellecerlo.
Sólo puedo imaginarlo como una ciudad de burdeles
y fábricas bajo un aletazo de banderas rojas.
Yo me siento las manos delicadas.
¿Qué soy, qué quiero? Soy un hombre y no quiero nada.
O, tal vez, ser un hombre como los toros o como los otros.
Tú no tienes las ojeras demasiado grandes.
Yo quiero ser feliz de una manera pequeña. Con dulzura,
con esperanza, con insatisfacción, con limitación,
con tiempo, con perfección.
Ahora puedo embarcarme en un trasatlántico.
E ir pescando durante la travesía aventuras como peces.
Pero ¿a dónde iría yo?
El mundo me es insuficiente.
Es demasiado grande, y no puedo desmenuzarlo
en pequeñas satisfacciones como yo quiero.
La muerte es sólo un pensamiento, nada más, nada más…
Y yo quiero que sea un largo deleite con su fin, con su calidad.
El puerto, lleno de niebla, está demasiado romántico.
Citeres es un balneario norteamericano.
Los yanquis tienen la carne demasiado fresca, casi fría,
casi muerta.
El panorama cambia como una película desde todas
las esquinas.
El beso final ya suena en la sombra de la sala llena
de candelas de cigarrillos. Pero ésta no es la escena final.
Pero ello es por lo que el beso suena.
Nada me basta, ni siquiera la muerte; quiero medida,
perfección, satisfacción, deleite.
¿Cómo he venido a parar en este cinema perdido y humoso?
La tarde ya se habría acabado en la ciudad. Y yo todavía
me siento la tarde.
Ahora recuerdo perfectamente mis años inocentes. Y todos
los malos pensamientos se me borran del alma.
Me siento un hombre que no ha pecado nunca.
Estoy sin pasado, con un futuro excesivo.
A casa…
IMAGEN: Fotomontaje por JAG. Martín Adán con escena de Barranco como fondo.