Artículo del director del colegio Los Reyes Rojos, Constantino Carvallo Rey
Quizá no sea muy correcto escribir estas líneas. Después de todo el señor Daniel Abugattás, como otros personajes de nuestra política, aceptó gentilmente la invitación para dialogar con los alumnos del colegio sobre los proyectos de su partido si llegase al gobierno. Era pues un invitado, un huésped, y es poco elegante comentar las que fueron sus palabras ante un auditorio infantil atento. Pero es que no salgo de mi asombro.Y, tal vez escribirlo me ayude a exorcizarlo. Me ha parecido estar con ese padre que todos tememos y odiamos porque pretende educarnos a su imagen y semejanza. Ese que nos amenaza, si no le hacemos caso, con enviarnos al colegio militar. Y esa es una conclusión adecuada de su prédica. Para Abugattás la nación es una familia compuesta por unos hijos malcriados y desobedientes a los que hay que reeducar.
¿Cuál es el mal de nuestros jóvenes? Por un lado, discúlpenme la palabra pero escribiré como él habla, el hueveo. ¿Qué hacen los chicos en los pueblos jóvenes y en las provincias? Meterse a "la Internet", perder el tiempo chateando y conversando nimiedades con sus pares electrónicos. Los demás, los privilegiados, como para él era el auditorio que lo escuchaba, viven superficialidades, frivolidades y no piensan en los compatriotas que no tienen agua para sus necesidades primarias.
¿Cuál es la solución a todo esto? Dos, una fundamental: el servicio militar obligatorio (al que por cierto él no asistió). La otra, el servicio civil obligatorio para los que sí van a la universidad. La advertencia está clara: o estudias o te vas al cuartel, eso sostuvo sin rubor.
¿Que cuál es la virtud pedagógica de vivir en cuadras y comer rancho? Lo dice muy simple: el ejército nos hace hombres. No es la homosexualidad y su erotismo pervertido lo único que les molesta, es la mariconada de andar haciendo nada, divirtiéndose, escuchando o haciendo música, conversando de nada sustantivo con los amigos de "la Internet”. La vida espartana, ese ejercicio constante, despertarnos a las 5 de la mañana, correr gritando consignas rimadas, abrirles la panza a unos perros colgados, he aquí la didáctica magna, el método ideal para construir la personalidad superior.
Una más: ‘basta de obesidad’ (así lo dijo).
¿Qué es eso de estos cuerpos mofletudos, apáticos, adiposos? Ellos expresan el culto al ocio, a la inactividad. Se terminarán estas obscenidades con el comandante Humala porque él impondrá el horario escolar hasta las cinco de la tarde de modo que sea posible todos los días botar el bofe sudando en el curso favorito de Abuggatás: la educación física (que por supuesto es reeducación moral). Seguramente acabará también con esos signos exteriores de la frivolidad, como el pelo largo, los aretes, las zapatillas nike. Es el padre severo imponiendo las reglas que evitarán que los hijos caigan en la molicie, la indolencia, la irresponsabilidad. Y en el alcohol y el rocanrol o el reggaetón.
La verdad es que no había escuchado nada más intolerante en materia de educación desde los tiempos del papá de Kafka. Burlón, ganador, se despidió de los jóvenes absortos diciéndoles: ‘hasta luego, nos vemos en el servicio militar’.
Hay en el ex vocero del humalismo una confusión sobre el verdadero rol del Estado y sobre los derechos elementales del ciudadano. Lo que los filósofos morales llaman la "vida buena", aquello que consideramos nuestras condiciones para alcanzar la felicidad, pertenece al dominio exclusivo de los individuos. El Estado no puede, ni siquiera Hobbes lo imagina, decirnos que no debemos tragar cuanto queramos o que no nos pasemos la vida tirados en la cama rascándonos el pulgar. No es su jurisdicción. Ni siquiera puede obligarme a ser solidario o a preocuparme por los demás. Mi gordura, mi flojera, mi frivolidad e incluso mis pensamientos asesinos, no son materia del Código civil.
Cuando el Estado nos dice cómo debemos obtener la felicidad, cómo debemos de vivir; cuando el jefe supremo (el führer) decide que no somos todavía hombres hasta que nos imponga su voluntad, la peor forma de fascismo se ha instalado entre nosotros.
Me pregunto qué hace un declarado socialista como Edmundo Murrugarra prestando su rostro y su trayectoria para un proyecto educativo semejante. Quizá no tengan nada claro y se trata simplemente del supuesto arrogante de una persona que pretende, desde el poder, gozar mirándonos vivir como no vive él.
IMAGEN: fotomontaje por JAG.