JOSÉ WATANABE: EL GUARDIÁN DEL CIELO
Por: Santiago Risso
Mi padre me leía haikus en el corral de mi casa de Laredo, él los traducía para mí. Allí empecé a tener interés por la poesía. Pero también por el lenguaje que me inculcó. Mi padre, por la guerra, tuvo que huir, refugiarse en una hacienda azucarera, que es donde yo acabo naciendo casi después de terminada la guerra. Él, refugiado en Laredo, finge no ser japonés sino nisei (hijo de japonés) y se pone como apellido materno Sánchez. Para que la mentira sea completa tenía que exigirse hablar bien el castellano. Se le quedó la manía gramática, nos exigía a nosotros, sus hijos, que hablemos bien. Nos corregía tanto el lenguaje que terminó gustándole el castellano.
Por temporadas releo a Droumond de Andrade. Casi siempre a Vallejo (necesario cuando estoy "palteado"), leo a Eugenio Montale, haikus (los escribo pero nunca publico), Eliot, Saint-John Perse, Rilke, bueno pero no quiero darte una relación que parezca pedante o solemne de poetas, es por temporadas.
Me gusta conversar mucho. Washington Delgado me dijo: "No necesariamente nos parecemos a nuestros poemas. Hay aspectos de la persona que aparecen y otros no". Ello lo comentaba a propósito de Juan Gonzalo Rose. Es un gran lírico, en su poesía hay poco humor. Fui muy amigo de Rose, él era un gran contador de chistes, tenía aquel humor de palomilla de esquina, no sutil ni poético. Creo que la parte de mí que aparece en mis textos es un poco el reservado, el discreto, el que escribe una poesía que intenta ser sentenciosa, reflexiva. La otra parte es que me encanta hablar mucho a veces.
Es difícil decirlo... hay un poema de mi primer libro, dedicado a Lorenzo Ozores, se titula "Los amigos", es el único poema en mi vida que me salió de un tirón. Le tengo un poco de aprecio por eso. Me hubiera gustado que así sea la escritura, que salga de frente y no tenga que corregir demasiado. Me cuesta escribir un poema.
Me gustaría tener una tranquilidad económica, no vivir como vivimos casi todos los peruanos, con angustia permanente a fin de mes. No abundante dinero, pero sí un sueldo honorable, no puedo pedir lo que otros peruanos tampoco tienen. También escribir más libros de poemas, soy consciente que he escrito poco, y por ello tengo algo de angustia.
No quiero que eso volátil, esa mariposa se esfume, deseo quede impresa en el papel. No porque la cazó José Watanabe, sino la cazó alguien. Mi poema "El anónimo", del libro El huso de la palabra, trata de alguien sentado en la cornisa de un cerro que deja caer una piedra. Él siente que no la arrojó sino que la piedra fue hacia abajo convocada por otra fuerza. Todo hombre que hace algo está cumpliendo con todos; si yo escribo un poema y cazo la mariposa, y la pongo en el papel, estoy cumpliendo no con José Watanabe sino con Santiago Risso, y con toda la gente que algún día leerá ese poema y dirá: "qué bien atrapó la mariposa y la puso en el papel". Ahora entiendo que esa es la función social del escritor.
El guardián del hielo
de José Watanabe (1946-2007)
Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...
El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.