miércoles, junio 06, 2007

EL ARQUERO Y EL ESCRITOR, UN VUELO COMPARTIDO

No hay nada gratuito en el hecho de que muchos escritores hayan sido arqueros (Vladimir Nabokov, Albert Camus y Henry de Montherland, etc.); o que tantos otros hayan escrito cuentos, poemas y ensayos en torno al número uno (Rafael Alberti, Gunter Grass, Camilo José Cela y Miguel Hernández entre otros); pues, aunque resulte difícil de creer, ambos oficios guardan una serie de cosas en común.

1. Tanto el arquero como el escritor desempeñan un rol muy poco comprendido y menos aún, valorado dentro la sociedad. Ambos pertenecen a la casta de los solitarios, los locos y los olvidados.

2. Ambos viven en una eterna posición de contemplación, son espectadores y participes indirectos de la realidad que les ha tocado vivir. Uno dentro del gramado, desde la soledad eterna del área. El otro, ante la vida misma, en el escritorio, frente al monitor, o caminando por las calles de alguna ciudad.

3. Los dos necesitan desarrollar o encontrar un estilo personal, aquello que los escritores llaman la propia voz. No existe ningún gran arquero o escritor que no tenga ese sello personal que lo distinga y lo eleve por encima el resto. Por ello, ambos deben ser diestros en el manejo de las técnicas y en la administración de los recursos a la hora del “juego”.

4. Ambas profesiones requieren de la madurez y de la experiencia que llega con los años. Es así que un arquero puede jugar a nivel profesional hasta una edad que otras posiciones nunca permitirían. Hugo Orlando Gatti atajó hasta los 44 años, Lev Yashin hasta los 42 y Dino Zoff se proclamó campeón del mundo a los 40. Por otro lado, un escritor es considerado “joven” aún cuando ya es demasiado tarde para cualquier ciudadano común y corriente. ¿Cuántos autores que ya rascan los cuarenta siguen siendo llamados “jóvenes promesas” a las que hay que saber esperar porque todavía no les ha llegado la madurez? Sin embargo, es necesario decir que en ambas actividades existen también, los iluminados, los que nacen sabiendo, como Iker Casillas o Arthur Rimbaud.

5. Tanto el uno como el otro tienen que ser grandes en el arte de resolver conflictos. La diferencia está en que mientras el arquero debe resolver en fracciones de segundo, el escritor dispone de “todo el tiempo que le ofrece la vida”. Además, ambos son, por la naturaleza de sus oficios, grandes ordenadores. Uno manda y mueve las piezas dentro de la cancha con suma autoridad, mientras que, el otro, hace lo mismo con sus personajes mientras se toma un café frente a la computadora.

6. Ambos oficios exigen disciplina, compromiso, dedicación y entrega. Pocos son los que saben que, el arquero, es el miembro del equipo que más duro trabaja durante los entrenamientos y, del mismo modo, pocos son los lectores que reparan en la cantidad de trabajo acumulado, de horas y desvelos que existen tras un libro que despliega su trama natural y diáfana ante nuestros ojos.

7. Existe también una concepción estética intrínseca a ambos oficios. Nada más hermoso que una gran atajada, una volada espectacular en la que el cuerpo se estira plástico a través del aire para desviar un balón dirigido a un ángulo imposible, y todo buen arquero está siempre consciente de ello. Y es esta misma conciencia de lo estético lo que mueve al escritor en su vuelo a través del aire de las palabras en busca del vocablo preciso, de la frase exacta, del ritmo que lleva un texto hacia delante.

8. Los dos deben ser necesariamente unos robles sicológicos para saber enfrentar desde su soledad la crítica despiadada o el elogio desmedido. Deben ser capaces de mantener el equilibrio y la sobriedad ante el ineludible juicio de los otros, pues cada partido lo mismo que cada libro, es una nueva historia que puede llevarlos indistintamente hacia arriba o hacia abajo. Y eso nunca se puede predecir ya que ambas profesiones están rodeadas de una gran dosis de azar, de algo que va más allá de ellos mismos y que no depende del trabajo hecho o de la calidad que se tenga.

Lo cierto es que, para un buen arquero, cada partido por venir es una página en blanco, un viaje hacia lo desconocido, una historia por escribir, un principio, una serie de conflictos que conformarán la trama, y un final que puede ser feliz o desgarrador. Así, cada atajada se convierte en un poema, cada vuelo en una imagen maravillosa, cada penal bloqueado en una página memorable. Y, para un buen escritor, cada historia es un nuevo partido, un nuevo equipo por descubrir, un nuevo reto en el que tendrá que aplicar con destreza cada una de las cosas aprendidas a lo largo del entrenamiento, pues, como dijo Marguerite Duras, uno debe escribir con el cuerpo. Entonces, de alguna manera, el vuelo de la imaginación del escritor se convierte en el vuelo del arquero y viceversa.

IMAGEN 1: “Dino Zoff y Veinte poemas de amor”, fotomontaje por JAG.
IMAGEN 2: “La casta de los solitarios”, fotomontaje por JAG.
IMAGEN 3: “La contemplación”, fotomontaje por JAG.