El ser humano en su afán por asentarse tiene esa inevitable tendencia a sostener frente a los otros y de manera rotunda las verdades a las que su razonamiento lo lleva. Es así que estamos enfrentándonos constantemente a juicios y prejuicios en torno a todo tipo de temas. Hace poco, leía en un blog, una afirmación en torno a lo simple y a lo complicado en la vida que partía de la premisa, “en la vida todo es complicado”. Vamos a asumir que en gran medida la afirmación es cierta pues como todos sabemos y para utilizar otro lugar común: la vida es jodida. Sin embargo, unas pocas líneas más adelante la afirmación de se centraba en la literatura al sostener que “El hombre es un animal de costumbres y acostumbrarnos a la lectura sencilla es dejar para siempre ese mundo de literatura hermosa y general que nos puede transportar a mejores lugares que películas…”, y aquí si debo decir, y me ha llegado la hora de emitir mi propio juicio, que ésta es una afirmación equivocada puesto que la lista de libros de prosa o poesía simple y sencilla que tienen un gran valor y que son capaces de marcarnos para siempre son muchos, es más, la historia de la literatura y del arte esta llena de esa mágica comunión entre la sencillez y la profundidad que, desde mi punto de vista, es quizá lo más difícil de lograr: los poemarios de Javier Heraud, los de Washington Delgado, y otros libros que ahora saltan en mi mente como La Perla de John Steinbeck, El Principito de Saint Exupery, Los Inocentes de Oswaldo Reynoso, El Amante de La China del Norte o El Amante de Marguerite Duras, La Tregua de Benedetti, etc., son capaces, a pesar de la simpleza de su lenguaje y de sus formas, de llevarnos a profundidades insospechadas del ser humano y de la sociedad. Sin embargo, es necesario que el lector no crea que estoy desmereciendo aquellas obras complicadas y de difícil acceso, para nada, simplemente considero que son aguas de dos lagos diferentes. El arte en su naturaleza libérrima encuentra múltiples formas de comunicación, algunas sencillas y otras complejas, pero ninguna desmerece a la otra. Después de todo, fue un grande de obra compleja como Faulkner el que dijo: “No importa qué leas, no importa cuánto leas, no importa cómo leas, lo que importa es que leas.” Otro claro ejemplo de ello es el gran escritor recientemente súper celebrado, García Márquez, en cuya obra vemos ambas posibilidades, la simpleza de sus primeros libros de historias simples y frases cortas y diáfanas; y los libros posteriores de un despliegue técnico y verbal más que impresionante.
Simple o complicado, fácil o difícil, llano o barroco, lo que importa es la hondura, la profundidad. Después de todo, el simple acto de leer cualquier libro demanda siempre cierto esfuerzo que no será gratificado sino con el placer, y el placer en la literatura puede llegar de muchas formas distintas llámense simples o complejas.
Simple o complicado, fácil o difícil, llano o barroco, lo que importa es la hondura, la profundidad. Después de todo, el simple acto de leer cualquier libro demanda siempre cierto esfuerzo que no será gratificado sino con el placer, y el placer en la literatura puede llegar de muchas formas distintas llámense simples o complejas.
Fotorgrafía: Nocturno, esquina de Sutter y Powell, San Francisco 2006, por JAG.