Dimos varias vueltas por las laberínticas calles de la Capullana antes de dar con la casa. Vivía en una esquina muy cerca a una cancha de fulbito en la que yo había jugado partidos memorables sin saber que el poeta estaba ahí no más, escribiendo algún poema mientras yo defendía mi arco con locura.
Él nos abrió la puerta. Blanco, alto, con el pelo negro, los ojos achinados y unos lentes de montura negra que cada cierto tiempo acomodaba con el dedo índice sobre el caballete de la nariz. Sus movimientos eran lentos, elegantes. Nos saludó con un aire de prestancia que emergía natural de sus maneras. Entramos y lo seguimos hasta el último cuarto del segundo piso en donde se encontraba su estudio. Era un cuarto amplio, rectangular, abarrotado de libros, papeles y objetos de todo tipo. Olía a naftalina, a papeles viejos, a polvo acumulado en las palabras. Sobre el escritorio descansaba la máquina de escribir con una cuartilla en blanco que parecía esperar ansiosa por él. En el centro de la habitación, sobre el suelo de parquet, había un colchón viejo y pelado en el que según nos lo dijo, dormía un poco durante sus largas sesiones de trabajo.
Hablamos de sus influencias, de cómo su amor por la literatura se había manifestado desde muy temprano en su vida, de su pasión loca por el ajedrez tan presente en su obra. Su voz era un poco ronca, gutural, cálida, agradable. Pasamos dos horas en su refugio. Me fascinó el caos espacial de su proceso creativo. Se notaba con absoluta claridad que se trataba de un hombre honesto, enamorado de su trabajo, cargado de lecturas y de conocimiento acumulado.
Al terminar nuestra entrevista nos regalo a cada uno una copia firmada de su pequeño libro “Carpe diem - el silbo de los aires amorosos”.
Ahora, busco el libro en mi biblioteca y leo la dedicatoria escueta escrita en tinta azul y letra imprenta: Para José Antonio Galloso, con el saludo de Marco Martos 8-9-91, Y me emociono.
RITO
Hoy, ayer y mañana, hoy, en este instante,
en el punto inmóvil donde todo y nada sucede,
para purificar el dialecto de la tribu
colocando cada palabra en su lugar
habla la poesía, habla poco, cumpliendo
su obligación, y sin que nadie la invente,
esparza o desordene, evidencia el orden
y desorden de la vida, orden y desorden y furor.
Y para que la tribu quede contenta
usa palabras del lenguaje de hoy
pues las palabras del año pasado
pertenecen al lenguaje del año pasado
y las palabras del próximo año
esperan otra voz. Y en el punto inmóvil
donde todo y nada sucede, esa voz es esta voz.
Marco Matos
Poema de: Carpe diem – el silbo de los aires amorosos
Nota: sé que el señor Marco Aurelio Denegri diría renegando que se debe decir futbolito y no fulbito, pero quién diablos va a usar esa palabra. Yo creo que el señor Denegri nunca a jugado un buen partido de fulbito.
Él nos abrió la puerta. Blanco, alto, con el pelo negro, los ojos achinados y unos lentes de montura negra que cada cierto tiempo acomodaba con el dedo índice sobre el caballete de la nariz. Sus movimientos eran lentos, elegantes. Nos saludó con un aire de prestancia que emergía natural de sus maneras. Entramos y lo seguimos hasta el último cuarto del segundo piso en donde se encontraba su estudio. Era un cuarto amplio, rectangular, abarrotado de libros, papeles y objetos de todo tipo. Olía a naftalina, a papeles viejos, a polvo acumulado en las palabras. Sobre el escritorio descansaba la máquina de escribir con una cuartilla en blanco que parecía esperar ansiosa por él. En el centro de la habitación, sobre el suelo de parquet, había un colchón viejo y pelado en el que según nos lo dijo, dormía un poco durante sus largas sesiones de trabajo.
Hablamos de sus influencias, de cómo su amor por la literatura se había manifestado desde muy temprano en su vida, de su pasión loca por el ajedrez tan presente en su obra. Su voz era un poco ronca, gutural, cálida, agradable. Pasamos dos horas en su refugio. Me fascinó el caos espacial de su proceso creativo. Se notaba con absoluta claridad que se trataba de un hombre honesto, enamorado de su trabajo, cargado de lecturas y de conocimiento acumulado.
Al terminar nuestra entrevista nos regalo a cada uno una copia firmada de su pequeño libro “Carpe diem - el silbo de los aires amorosos”.
Ahora, busco el libro en mi biblioteca y leo la dedicatoria escueta escrita en tinta azul y letra imprenta: Para José Antonio Galloso, con el saludo de Marco Martos 8-9-91, Y me emociono.
RITO
Hoy, ayer y mañana, hoy, en este instante,
en el punto inmóvil donde todo y nada sucede,
para purificar el dialecto de la tribu
colocando cada palabra en su lugar
habla la poesía, habla poco, cumpliendo
su obligación, y sin que nadie la invente,
esparza o desordene, evidencia el orden
y desorden de la vida, orden y desorden y furor.
Y para que la tribu quede contenta
usa palabras del lenguaje de hoy
pues las palabras del año pasado
pertenecen al lenguaje del año pasado
y las palabras del próximo año
esperan otra voz. Y en el punto inmóvil
donde todo y nada sucede, esa voz es esta voz.
Marco Matos
Poema de: Carpe diem – el silbo de los aires amorosos
Nota: sé que el señor Marco Aurelio Denegri diría renegando que se debe decir futbolito y no fulbito, pero quién diablos va a usar esa palabra. Yo creo que el señor Denegri nunca a jugado un buen partido de fulbito.