Llegamos a tiempo. Vivía en un departamento muy cerca de la avenida Pezet. En un segundo piso. Nunca entramos a su estudio. Nos recibió en la pequeña sala comedor. El departamento era bastante acogedor. Decorado con colores calidos. Recuerdo un amarillo ocre en las paredes, una silueta humana en la puerta que llevaba a la cocina y plantas por doquier. Todo estaba muy limpio. Casi llegué a pensar que lo había limpiado todo al detalle preparándose para nuestra llegada. Después supe que eso no era cierto.
Se le veía bastante nerviosa. Jugaba constantemente con los dedos largos y delgados. Hablaba muy rápido con esa voz fina y curtida de una profesora precoz. La piel blanca como el marfil contrastaba con la chompa roja. El pelo negro y ondulado caía sobre los hombros. El rostro de ángulos definidos contenía una expresión bella e intensa. Los labios eran delgados y los ojos grandes, de mirada penetrante y cálida. Con el transcurrir de la conversación descubrí que no estaba nerviosa si no que ella era así. Frágil e inquieta como un colibrí.
Nos contó que la escritura había estado con ella desde siempre. Que a los ocho años ya escribía cuentos y que creaba locos argumentos para sus títeres adorados. Yo podía visualizarla con rotunda claridad en aquellos años primeros. La veía con su mirada de niña traviesa hablando hasta por los codos mientras movía con mucha habilidad sus títeres de papel maché.
La poesía llegó después. Se posó en su cuerpo durante la adolescencia y desde entonces habitó en ella. Así como suele pasar con casi todos los poetas.
Con risas y ansiedad doble, habló de su trabajo de maestra, de las infinitas horas de corrección, de lo intenso del acto educativo y todo lo que ello conlleva.
Nos fue muy fácil entrar en un estado de confianza y proximidad. Al caer la tarde llegó Henry, el hombre que a ella le gustaba tanto como los choclos, al que ella había llamado rey en uno de sus poemas. Y, he de decir que efectivamente Henry tenía las barbas amarillas como los choclos.
Antes de despedirnos, Rosella nos obsequió a cada uno un ejemplar de “Continuidad de los cuadros”. La dedicatoria es, sin duda alguna, una de las más hermosas que he recibido:
A José
en esta tarde
de conversación,
imágenes
y afecto común
por la poesía
que traemos
entre manos
Gracias
Rosella
21/IX/91
Se le veía bastante nerviosa. Jugaba constantemente con los dedos largos y delgados. Hablaba muy rápido con esa voz fina y curtida de una profesora precoz. La piel blanca como el marfil contrastaba con la chompa roja. El pelo negro y ondulado caía sobre los hombros. El rostro de ángulos definidos contenía una expresión bella e intensa. Los labios eran delgados y los ojos grandes, de mirada penetrante y cálida. Con el transcurrir de la conversación descubrí que no estaba nerviosa si no que ella era así. Frágil e inquieta como un colibrí.
Nos contó que la escritura había estado con ella desde siempre. Que a los ocho años ya escribía cuentos y que creaba locos argumentos para sus títeres adorados. Yo podía visualizarla con rotunda claridad en aquellos años primeros. La veía con su mirada de niña traviesa hablando hasta por los codos mientras movía con mucha habilidad sus títeres de papel maché.
La poesía llegó después. Se posó en su cuerpo durante la adolescencia y desde entonces habitó en ella. Así como suele pasar con casi todos los poetas.
Con risas y ansiedad doble, habló de su trabajo de maestra, de las infinitas horas de corrección, de lo intenso del acto educativo y todo lo que ello conlleva.
Nos fue muy fácil entrar en un estado de confianza y proximidad. Al caer la tarde llegó Henry, el hombre que a ella le gustaba tanto como los choclos, al que ella había llamado rey en uno de sus poemas. Y, he de decir que efectivamente Henry tenía las barbas amarillas como los choclos.
Antes de despedirnos, Rosella nos obsequió a cada uno un ejemplar de “Continuidad de los cuadros”. La dedicatoria es, sin duda alguna, una de las más hermosas que he recibido:
A José
en esta tarde
de conversación,
imágenes
y afecto común
por la poesía
que traemos
entre manos
Gracias
Rosella
21/IX/91
ENTOMOTEOLOGIA
Tu ángel de la guarda está contigo
te mira vigilante y salivando
frotándose las patas con las alas.
Rosella di Paolo
Poema de: Continuidad de los cuadros