domingo, enero 01, 2006

ASI CONOCI A ANTONIO CISNEROS

Cuando bajamos del auto olía a mar. El poeta vivía a poquísimas cuadras del malecón Cisneros que, como era de esperarse, había sido pariente suyo. Tocamos el timbre y esperamos con mucha ansiedad. Nos abrió la puerta, Soledad, en ese entonces todavía una adolescente bella de largos cabellos negros y lacios. La seguimos por unas escaleras angostas y entramos al departamento. Un duplex de espacios amplios y colores oscuros, con un balcón que estaba con las puertas abiertas y que dejaba que la brisa y la niebla se confundieran con el humo del tabaco.
Cisneros estaba sentado en un sillón. Fumaba. Al vernos se puso de pie para saludarnos. Era alto, altísimo. Sus brazos y sus piernas se estiraban con exageración. El pelo ondulado dejaba ver las primeras vetas grises de la madurez. Las bolsas se inflaban prominentes bajo los ojos saltones de batracio viejo y sabio. Se volvió a sentar, cruzó las piernas y esperó con clama a que termináramos de preparar los equipos para la entrevista.
Yo lo observaba de reojo. Ese era el gran Antonio Cisneros, el de los mil premios, el precoz, el heredero de la tradición inglesa, el de la higuera, el oso hormiguero, el campo de golf, el perro negro y el prado verde.
Su voz estaba rajada por el alcohol y el tabaco, y tenía un tono extraño mezcla de intelectualidad y de calle. Resultaba fascinante escucharlo narrar sus anécdotas y sus aventuras que parecían ser infinitas. El ambiente era llenado por Cisneros íntegro. Fumaba mucho y de tal manera que podía provocar hasta a los no fumadores.
Habló de su fascinación por el mar, de su infancia en Punta Negra, cosa esta que me causó gracia porque yo también había crecido en aquel balneario fabuloso. Por momentos me daba la impresión de que no era capaz de controlar el ego desmedido que en él habitaba. Quedaba claro, al menos para mí, que se sentía el poeta vivo más importante del Perú. Y eso, de alguna manera, me molestaba un poquito.
Sin embargo, antes de terminar la entrevista nos contó que cada vez le resultaba más difícil escribir. La poesía se rehusaba a él, lo estaba dejando o sería quizá que con los años se había vuelto más exigente con su trabajo. No lo sé.
Confieso que, antes de ese encuentro, su trabajo no me llenaba mucho. Su lectura me dejaba insatisfecho. Pero una vez que lo escuché recitar, una nueva dimensión de su palabra se abrió ante mí, y caí rendido ante la fuerza de su discurso. No hay duda de que la poesía está hecha para leerse en voz alta.
Cuando terminó la entrevista, mientras bajábamos las escaleras, vimos la bicicleta con la que junto a Ribeyro y a sus otros amigos recorría las calles de Lima una vez por semana. Entonces sentí envidia, si algo me hubiera gustado en esta visa, es tener la oportunidad de montar bicicleta con el maestro de la Palabra del Mudo.

ORACION
Qué duro es, Padre mío, escribir del lado de los vientos,
tan presto como estoy a maldecir y ronco para el canto.
Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu Reino,
Si habito como un gato en una estaca rodeado por las aguas.
Cómo decirle pelo al pelo
Diente al diente
Rabo al rabo
Y no nombrar la rata.

Antonio Cisneros
Poema de: El libro de Dios y de los Húngaros


NOTA: El día Antonio Cisneros se presentó en el recital del ICPNA, ocurrió una anécdota sumamente curiosa que será motivo de otro post. Eso creo. FELIZ AÑO
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