Siempre llegábamos con las justas. Todos los que trabajan en audiovisuales saben que el tiempo es siempre el peor enemigo. Ese martes llegamos tres minutos antes de la hora y nos dimos con la sorpresa de que Cisneros no había llegado. Pasamos unos momentos terribles de espera e incertidumbre. Todo estaba fuera de nuestro control. Felizmente, a las siete y cinco de la noche, cuando los murmullos impacientes del público empezaban a enloquecernos, el poeta llegó. Cuando me acerqué a saludarlo sentí el tremendo olor a alcohol. Aquello no me molestó para nada. Este post no pretende nada más que narrar una anécdota real. Después de todo, todo ser humano carga con sus vicios a cuestas y, un poeta, es siempre un poeta.
Se sentó a la mesa junto con los otros tres escritores que lo acompañarían esa noche. La sesión transcurrió sin problemas. Cisneros deslumbró con su facilidad de palabra y su elocuencia.
La anécdota en cuestión ocurrió después, cuando con los miembros del grupo y los poetas decidimos ir a tomar un trago.
-Vamos al Haití –sugirió Cisneros y todos estuvimos de acuerdo. Guardamos los equipos y cuando salíamos del ICPNA, Cisneros nos dijo que lo esperáramos en la puerta, que iba a buscar su carro y regresaba para llevar a unos cuantos.
Lo esperamos varios minutos, bastante más de lo normal. Y cuando ya empezábamos a pensar que nos había plantado, el poeta apareció calle abajo muy orondo con un cigarro entre los labios:
-Carajo, muchachos, creo que he perdido mi carro –dijo.
-¿Pero dónde lo dejaste? –Le preguntamos.
-Yo pensaba que aquí a la vuelta, pero no está.
-¿Qué carro tienes?
-Un escarabajo rojo.
Por más que lo buscamos en los alrededores no lo pudimos encontrar. Y cuando ya todos empezábamos a barajar la idea de que se lo habían robado, el autor de Las inmensas preguntas celestes, nos dijo muy suelto de huesos:
-Ya no se preocupen, muchachos, no es la primera vez que me sucede. Vamos en un taxi. Ya mañana lo buscaré.
Efectivamente, después me llegó la noticia de que, al día siguiente, ya sobrio, Cisneros regresó a la zona en su bicicleta y lo encontró.
Creo que sólo un poeta es capaz de perder su auto con frecuencia.
Se sentó a la mesa junto con los otros tres escritores que lo acompañarían esa noche. La sesión transcurrió sin problemas. Cisneros deslumbró con su facilidad de palabra y su elocuencia.
La anécdota en cuestión ocurrió después, cuando con los miembros del grupo y los poetas decidimos ir a tomar un trago.
-Vamos al Haití –sugirió Cisneros y todos estuvimos de acuerdo. Guardamos los equipos y cuando salíamos del ICPNA, Cisneros nos dijo que lo esperáramos en la puerta, que iba a buscar su carro y regresaba para llevar a unos cuantos.
Lo esperamos varios minutos, bastante más de lo normal. Y cuando ya empezábamos a pensar que nos había plantado, el poeta apareció calle abajo muy orondo con un cigarro entre los labios:
-Carajo, muchachos, creo que he perdido mi carro –dijo.
-¿Pero dónde lo dejaste? –Le preguntamos.
-Yo pensaba que aquí a la vuelta, pero no está.
-¿Qué carro tienes?
-Un escarabajo rojo.
Por más que lo buscamos en los alrededores no lo pudimos encontrar. Y cuando ya todos empezábamos a barajar la idea de que se lo habían robado, el autor de Las inmensas preguntas celestes, nos dijo muy suelto de huesos:
-Ya no se preocupen, muchachos, no es la primera vez que me sucede. Vamos en un taxi. Ya mañana lo buscaré.
Efectivamente, después me llegó la noticia de que, al día siguiente, ya sobrio, Cisneros regresó a la zona en su bicicleta y lo encontró.
Creo que sólo un poeta es capaz de perder su auto con frecuencia.