Rara. Esa es la palabra que me viene a la mente cuando pienso en nuestro encuentro y cuando pienso en ella misma. Rara. Rara.
Nos encontramos en el parque de al Reserva a la espalda del Estadio Nacional. Vestía de negro, llevaba el pelo amarradísimo y las entradas de la frente afeitadas para formar una “V” precisa como la del mejor vampiro posmoderno. El maquillaje era intenso, sobre todo el rojo fuego de los labios. Pero nada era más intenso en ella que sus ojos. Una mirada que albergaba las emociones reunidas más intensas que yo haya podido ver en mi vida. Odio, desprecio, arrogancia, rabia profunda con el otro, contra cualquiera. Su retrato bien hubiera podido ser la caratula de su poemario “Zona Dark”. Fue tan fuerte la impresión que tuve ante su presencia que no logro recordar nuestra conversación. Sólo eso recuerdo. Su rostro, su mirada derritiendo los cristales de los anteojos enormes. Y, también, es cierto, recuerdo su voz nerviosa y acelerada. Hablaba como renegando, sus palabras parecían apresurarse por saltar al vacío. Eso es, las palabras no salían de su boca si no que saltaban al vacío, se suicidaban. Llegué a preguntarme si Montserrat había escrito “Zona Dark” o si “Zona Dark” había escrito a Montserrat. Todo en ella parecía haber sido elaborado con mucha calma y premeditación. Sin embargo, debido a mi experiencia acumulada en el arte de leer personas, creo, sin temor a equivocarme, que Montserrat no era esa vampiresa corrosiva que conocí esa tarde de 1991 en el parque de la Reserva, si no, más bien, un conejito timorato, asustadizo, golpeado por el látigo inconmensurable de los días. O quizá ni lo uno ni lo otro. O quizá, ambas conviviendo, disputándose palmo a palmo el espacio blanco de su cuerpo. Quizá sí. Quizá eso. Una versión posmoderna, española-peruana-paraguaya de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Montserrat Alvarez en mi memoria es el misterio.
TAN RESPETABLE
Y por qué, pacíficamente,
Fumo mi cigarrillo barato
Sentada sobre el mundo gordo y tedioso
En lugar de matar a mi prójimo
Y por qué no asalto un banco
Y quemo toda la plata
En vez de roer la uñas
De la cobardía
Y por qué no lluevo sangre sobre el cosmos
Para instaurar el caos nuevamente
Y devolver a las cosas la pátina de lo nuevo
Montserrat Alvarez
Nos encontramos en el parque de al Reserva a la espalda del Estadio Nacional. Vestía de negro, llevaba el pelo amarradísimo y las entradas de la frente afeitadas para formar una “V” precisa como la del mejor vampiro posmoderno. El maquillaje era intenso, sobre todo el rojo fuego de los labios. Pero nada era más intenso en ella que sus ojos. Una mirada que albergaba las emociones reunidas más intensas que yo haya podido ver en mi vida. Odio, desprecio, arrogancia, rabia profunda con el otro, contra cualquiera. Su retrato bien hubiera podido ser la caratula de su poemario “Zona Dark”. Fue tan fuerte la impresión que tuve ante su presencia que no logro recordar nuestra conversación. Sólo eso recuerdo. Su rostro, su mirada derritiendo los cristales de los anteojos enormes. Y, también, es cierto, recuerdo su voz nerviosa y acelerada. Hablaba como renegando, sus palabras parecían apresurarse por saltar al vacío. Eso es, las palabras no salían de su boca si no que saltaban al vacío, se suicidaban. Llegué a preguntarme si Montserrat había escrito “Zona Dark” o si “Zona Dark” había escrito a Montserrat. Todo en ella parecía haber sido elaborado con mucha calma y premeditación. Sin embargo, debido a mi experiencia acumulada en el arte de leer personas, creo, sin temor a equivocarme, que Montserrat no era esa vampiresa corrosiva que conocí esa tarde de 1991 en el parque de la Reserva, si no, más bien, un conejito timorato, asustadizo, golpeado por el látigo inconmensurable de los días. O quizá ni lo uno ni lo otro. O quizá, ambas conviviendo, disputándose palmo a palmo el espacio blanco de su cuerpo. Quizá sí. Quizá eso. Una versión posmoderna, española-peruana-paraguaya de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Montserrat Alvarez en mi memoria es el misterio.
TAN RESPETABLE
Y por qué, pacíficamente,
Fumo mi cigarrillo barato
Sentada sobre el mundo gordo y tedioso
En lugar de matar a mi prójimo
Y por qué no asalto un banco
Y quemo toda la plata
En vez de roer la uñas
De la cobardía
Y por qué no lluevo sangre sobre el cosmos
Para instaurar el caos nuevamente
Y devolver a las cosas la pátina de lo nuevo
Montserrat Alvarez