La ciudad es una nube de polvos y colores. Las calles se alteran en la memoria desbocada. El orden de las cosas se pierde y se recupera, diferente. Una nueva ciudad surge en el ecran etéreo de la mente. Avenidas, jirones, edificios. Farolas refulgentes y seguras. Nada que temer en esas límpidas esquinas. La distancia hace su trabajo indescifrable. Transforma. Trastoca. Transmigran emociones como pájaros de viento. Se alteran para siempre las mentiras intragables. El humo venenoso de las calles se retrae. Los cielos siempre grises se abren a la vida. Los niños ríen entre manzanas coloradas que son como sueños fabulosos rodando calle abajo. Y las flores crecen en las palmas de las manos. Y las balas se convierten en capullos primordiales que alimentan. Y desparecen todos los presidentes de la historia. Y se instaura el reino del abrazo desmedido. Y las ciudades abren sus puertas a los animales salvajes. Y caen las rejas. Caen los barrotes. Caen las paredes miserables de las celdas. Se funden los metales de las armas. Se levantan corazones de hierro en las plazas. Caen los héroes. Caen los próceres. Caen todos los grandes hombres. Cae finalmente la noche desmedida hacia el día. Cae finalmente el día interminable de los hombres. Cae hacia la luz. Cae. Y se renueva para siempre.