MALECON EN HUMO
Armendáriz. Miraflores. Malecón que invita a caminar sólo. En invierno y drogado. Malecón que invita a pensar con olor a mar, con garúa fina y deliciosa. Malecón para alucinar que el horizonte se pierde y que el mundo es una burbuja que quiero reventar con el pucho de este cigarro que no me deja. Y el mundo, es también, al instante, una vieja rica que quiero ultrajar para sentir que no soy el único que está muriendo. El invierno me ilumina. Es definitivo. Me levanta. Me hace fuerte para ser mi solitario. Pero el mundo sigue allá afuera. Río terrible. Serpientes de cuerpos enfermos. Guillotinas que caen a cada segundo. Cabezas que pateo sin querer. El mundo sigue allá afuera. Arboles y pájaros que cantan. Peces saltando de los ojos de algunos que se salvan. Niños que ríen. Cabezas que florecen sobre cuellos que amo o que amé en algún cruce de este invierno, o de otros muy lejanos, que siempre son el mismo.
NADA
Tantos años y nada. Tantos años y no soy otro que este que está bien abajo, bien al fondo, pegado con el escorpión de la palanca de cambios, sin saber que hacer, sin chamba, como los amigos del barrio. Yo sólo quiero ser uno que se salve. En otro tiempo, en otra Lima menos injuriada, menos puta. Yo no quiero embarazar a una gringa con plata. Yo quiero ser uno que esté lejos de este infierno. De repente en Macchu Picchu. Cusco lindo, alto, elevado, como mi barril con cola larga. Yo sólo quiero escribir. Sí, escribir. Y seguramente, en este instante, mi madre me preguntaría por el futuro, y yo no sabría como decirle que el futuro ya se lo engulleron hace rato los niños de la calles, y que está negro, y que ya casi ni provoca. Cómo no ser uno que se salve mamá. Uno que camine bien ciego, bien sordo, bien solo. Uno que caiga en un bache gigante de La Victoria y desaparezca. O bueno, ya que importa, uno que se atreva y de el paso al vacío en uno de los barrancos lindos de Miraflores. Porque la muerte también es salvación para muchos en mi Lima.
Armendáriz. Miraflores. Malecón que invita a caminar sólo. En invierno y drogado. Malecón que invita a pensar con olor a mar, con garúa fina y deliciosa. Malecón para alucinar que el horizonte se pierde y que el mundo es una burbuja que quiero reventar con el pucho de este cigarro que no me deja. Y el mundo, es también, al instante, una vieja rica que quiero ultrajar para sentir que no soy el único que está muriendo. El invierno me ilumina. Es definitivo. Me levanta. Me hace fuerte para ser mi solitario. Pero el mundo sigue allá afuera. Río terrible. Serpientes de cuerpos enfermos. Guillotinas que caen a cada segundo. Cabezas que pateo sin querer. El mundo sigue allá afuera. Arboles y pájaros que cantan. Peces saltando de los ojos de algunos que se salvan. Niños que ríen. Cabezas que florecen sobre cuellos que amo o que amé en algún cruce de este invierno, o de otros muy lejanos, que siempre son el mismo.
NADA
Tantos años y nada. Tantos años y no soy otro que este que está bien abajo, bien al fondo, pegado con el escorpión de la palanca de cambios, sin saber que hacer, sin chamba, como los amigos del barrio. Yo sólo quiero ser uno que se salve. En otro tiempo, en otra Lima menos injuriada, menos puta. Yo no quiero embarazar a una gringa con plata. Yo quiero ser uno que esté lejos de este infierno. De repente en Macchu Picchu. Cusco lindo, alto, elevado, como mi barril con cola larga. Yo sólo quiero escribir. Sí, escribir. Y seguramente, en este instante, mi madre me preguntaría por el futuro, y yo no sabría como decirle que el futuro ya se lo engulleron hace rato los niños de la calles, y que está negro, y que ya casi ni provoca. Cómo no ser uno que se salve mamá. Uno que camine bien ciego, bien sordo, bien solo. Uno que caiga en un bache gigante de La Victoria y desaparezca. O bueno, ya que importa, uno que se atreva y de el paso al vacío en uno de los barrancos lindos de Miraflores. Porque la muerte también es salvación para muchos en mi Lima.