miércoles, marzo 01, 2006

UNO O DOS MAESTROS, NADA MAS

En el colegio, en el salón de clase, lo importante no es necesariamente el curso en sí, al que no le quito el crédito para nada, pero lo que es seguro e innegable, es que pasados los años, los alumnos no recordaran la teoría, la rima, la métrica, los laberínticos rincones de la lengua. Ellos recordaran el colegio como una burbuja cristalina que contiene maravillosos instantes de su adolescencia y, en medio de ese gran barullo de recuerdos, permanecerá uno, quizá dos profesores, justo aquellos que fueron capaces de ir más allá del curso, aquellos que tuvieron los detalles precisos, las palabras importantes de la vida; aquellos que los hicieron sentir individuos con nombre y apellido, con un universo a cuestas, con un camino difícil por seguir, y no, tan sólo, un número más en el orden de la lista.
Yo recuerdo claramente a la Miss Gabriela Salinas y mi corazón se solaza maravillado ante su sabiduría. Ella era la única capaz de comprender mi corazón enrevesado, mi almita descarriada. Me daba libertades especiales, que nadie en la clase podía tener, y que me hacían sentir único y en extremo importante. Hoy puedo asegurar con absoluta certeza, que lo que me dio Miss Gaby en sus clases y en los pasillos del colegio fue exactamente lo que necesitaba. Por horas pedagógicas de 45 minutos y bajo el nombre de "Literatura", la Miss Gaby fue una maravillosa madre y una mejor amiga. HONOR Y PRIVILEGIADO LUGAR EN MI RECUERDO PARA MISS GABRIELA SALINAS. HOY, CADA VEZ QUE ME PARO ANTE MIS ALUMNOS, HAY ALGO DE ELLA EN MI.
Otro profesor que siempre recuerdo con especial cariño, ya en los estudios superiores, es César Zamalloa "El Diablo", MAESTRO MAYOR de las cosas de la vida. En la primera clase de "Análisis de la realidad nacional", se dio un monólogo larguísimo y enrevesado, lleno de teorías, ante las que los alumnos respondíamos tomando notas como posesos. Cada diez minutos, El Diablo se detenía y nos ofrecía la palabra para preguntar o refutar sus planteamientos, y nosotros, abrumados por el despliegue de sabiduría, no nos atrevíamos a decir: "esta boca es mía". Ya llegando al final de las dos horas, con el salón convencido de lo expuesto y con los cuadernos repletos de apuntes, El Diablo reveló sus verdaderas intenciones, nos dijo que todo lo expuesto era mentira. Para mí, no tuvo que decir más. Entendí entonces que era un becerrito y que tenía mucho trabajo por delante y, entendí también, que ese tío con pinta de vaquero, tupidos mostachos y llavero de Alianza Lima colgando del jean, era un Maestro. Pero, lo que más recuerdo del Diablo, eran las conversas en la cafetería. Cualquier tema era dominado por el antropólogo. Mis amigos y yo lo rodeábamos lanzando teorías y cuestionamientos. Las horas se iban de la mejor manera. La religión era un tema espinoso que no tenía fin. Recuerdo como disfrutaba lanzando acertijos complicadísimos que nos sumergían en los laberintos de la razón y como fumaba pausada y profundamente mientras iba pintando de nicotina los mostachos.
Así pues, se termina el colegio, la universidad o el Instituto y uno sólo recuerda las cosas importantes. Aquellas que nos tocaron de una manera especial. Uno o dos maestros. Nada más.