
Días, horas, minutos, segundos, instantes soberanos los de la palabra subiendo, los de su fuerza insospechada quebrando la inercia y el viento, permaneciendo.
Para después nada. Prohibido desperdiciar, derrochar, despilfarrar; prohibido dejar pasar una sola estrella, un solo delfín en el firmamento. Es necesario morderla todo el tiempo, sacar de ella todo lo que sea posible, beber el jugo luminoso del recuerdo, respirar el viento de la nostalgia que, a Dios gracias, hace más densos nuestros cuerpos. Para después nada. Es preciso ahora, hoy, en este momento. El terremoto se aproxima, la catástrofe de los hombres se dibuja ya en las pantallas de los televisores y, lo peor de todo, es que nadie sabe cuándo, nadie sabe cómo, nadie sabe dónde, o si alguna vez, o si nunca. Nadie sabe si no la inercia de seguir adelante, de dejarse arrastrar río abajo, de llenarse la boca con palabras impropias; la inercia que es el deseo de acumular objetos impuros que, nunca, tendrán la intensidad del instante vivido sobre la tierra.
Para después nada. Ahora más que nunca, abrir los ojos, abrir la boca, abrir el alma, romper las cómodas cadenas de la inercia.

IMAGEN1: “Catástrofe en los televisores” dibujo por Pescador, fotografía de fondo y fotomontaje por JAG.
IMAGEN2: “La resbaladera de la vida” Fotografías y fotomontajes por JAG.