Su madre tiene tan sólo 15 años cuando la trae al mundo y no tarda mucho en abandonarla junto a su hermano mayor. En 1969, su padre, pedófilo y drogadicto, se suicida en la cárcel. Es criada por su abuela alcohólica. A los 12 años, se entera de la verdadera historia de sus padres. El odio, el resentimiento y la falta de amor se introducen en su cuerpo como una droga nefasta que todo lo trastoca.
El gobernador de Florida envía a tres psiquiatras que, después de analizarla brevemente, la declaran apta para ser asesinada. El gobierno se lava las manos al mejor estilo de un Pilatos posmoderno. Sólo un abogado se digna a defenderla, a cuestionar los procedimientos, pero pronto es separado del caso. Es una puta. Es una asesina. No merece piedad.
A los 14 años queda embarazada y es enviada a un hogar para madres solteras. Apenas nace su hijo es dado en adopción, sólo le queda el llanto primero en las entrañas. Ese mismo año muere su abuela. Las pérdidas ya son infinitas, sin embargo, ella y su hermano se rehúsan a volver con su madre: la soledad se vislumbra como el único lugar seguro, ¿qué más oscuridad se puede encontrar en el camino?
Ella le pide al juez que la condene, anula todas las apelaciones, quiere morir: ME CORRE TANTO ODIO POR LAS VENAS QUE SI ME DEJARAN VIVA, AUNQUE SEA CUMPLIENDO CADENA PERPETUA, MATARE OTRA VEZ. Nada bueno le ha dado el mundo. Sólo odio. Sólo desprecio. Es una puta. Es una asesina. Hay que matarla. Son muy pocos los que se preguntan por lo otro, por lo que no se sabe, por la parte de la historia que nos demuestra que, esta puta, esta asesina, este monstruo, es, en realidad, la única víctima.
Adolescente, hastiada, con la experiencia de todo una vida agolpada en su cuerpecito encallecido por el dolor, deja la escuela y empieza a prostituirse. Pocos años después su hermano muere de cáncer. Perdida y con miedo, decide casarse en un intento desesperado por salvarse, pero, claro está, el matrimonio fracasa.
El juicio es terrible. La justicia está más ciega que nunca. Nadie toma en cuenta a los muchos clientes que testifican a su favor: Pasamos con ella, días, semanas, y jamás vimos un solo indicio de violencia, jamás una amenaza, jamás una agresión. A nadie le interesa nada más que lo que se odia. Es una prostituta. Es una asesina. Merece morir.
Vuelve a las calles. Ya no conoce otra forma de vivir. Prostituta de carreteras. Viaja por todos lados junto a camioneros que en más de una ocasión la violan. Su odio hacia los hombres va creciendo, se alimenta, se robustece con cada golpe recibido, con cada insulto, con cada penetración forzada. No hay posibilidad de justicia para ella. Una prostituta es siempre una prostituta.
El juicio se abre porque mató a RICHARD MALLORY. Ella dice que lo mató en defensa propia, que la quiso violar, lo repite más de 60 veces. Nadie le cree. Nadie le cree. Los abogados que buscan su condena dicen que la víctima no tiene una historia de violencia. Sin embargo, luego, se demuestra que la víctima se había declarado culpable de tentativa de violación sexual e, incluso, que había amenazado con dañar a otras mujeres. Las evidencias se presentan, pero, el juez, las declara inadmisibles porque no se han presentado a tiempo.
Se pasa diez años al pie de las carreteras, sola, abandonada, bañada por los vientos oscuros de la noche. Sin embargo, a los 24 años, la vida le sonríe, conoce al gran amor de su vida: TYRIA MOORE. Durante cuatro años se dedica a mantenerla, asume la posición del hombre protector, aquél que ella nunca ha conocido. Pero la prostitución le da cada vez menos dinero y, por más que una y otra vez quiere reinsertarse en la sociedad, no puede. Es una puta. Es una alcohólica. Sólo merece desprecio.
Se habla reiteradas veces de la relación de la acusada con TYRIA MOORE, el único amor, el verdadero. Sin embargo, la sociedad no lo entiende y esgrime con toda la ira posible su doble moral. Es una puta. Es una lesbiana. Es una asesina. Merece que la maten.
Y, el odio, sigue creciendo, sigue alimentado a la impotencia, con hambre, con rabia, con indiferencia. Y, el odio, son los hombres que han abusado una y otra vez de ella. Y el odio es la calle, es la gente, es el mundo entero menos ella, TYRIA. El odio es esa calibre 22 en la bolsa, y la posibilidad de hacer justicia, de vengarse de todos, de los malos, de los perros, de los indiferentes. Llega luego el descontrol, la rabia ante el primer síntoma de violencia, la mano deslizándose en la bolsa, empuñando la calibre 22, el disparo.
Varios grupos de activistas quieren salvarla. Saben que es la víctima. Saben que no es un monstruo aislado que surge de la nada. Saben que todos somos responsables de su desvarío, saben que está loca y que no podemos tapar el sol con una jeringa. Pero la justicia está más ciega que nunca y el pueblo quiere lavar su culpa con un chorro de sangre. El veredicto por el asesinato de RICHARD MALLORY es, aunque suene increíble: CULPABLE DE SEIS ASESINATOS.
EPILOGO
Miércoles 9 de Octubre del 2002. Florida. El verdugo prepara la inyección letal. Una mezcla de pentotal de sodio, bromuro y cloruro de potasio. La condenada a muerte habla: SOLO QUIERO DECIR QUE ESTOY ZARPANDO CON LA PIEDRA, Y QUE VOLVERE COMO EL DIA DE LA INDEPENDENCIA, EL 6 DE JUNIO, CON JESUS, CON LA NAVE PRINCIPAL Y TODO. VOLVERE. Luego guarda silencio. El verdugo se acerca con la jeringa en la mano. AILEEN WUORNOS, atada sobre una camilla, cubierta con una sábana blanca, el rostro y los pies descubiertos, cierra los ojos, siente la aguja y sonríe. La justicia del hombre ha sido hecha otra vez.
NOTA: Este texto está basado en un hecho de la vida real. Existe un documental realizado por NICK BROOMFIELD, y una película llamada MONSTER, dirigida y escrita por PATTY JENKINS.
IMAGEN1: “En la carretera”, fotomontaje por JAG.
IMAGEN2: “La justicia está más ciega que nunca”, fotografía y fotomontaje por JAG.
IMAGEN3: “Aileen Wuornos”, fotomontaje por JAG.
IMAGEN4: “El pueblo quiere lavar su culpa”, collage y fotomontaje por JAG.
IMAGEN5: “El verdugo y el hombre”, fotomontaje por JAG.