domingo, setiembre 17, 2006

EL CIGARRO Y YO

El deseo asalta de pronto. No hay nada claro en su compulsión. No hay una reacción que la pueda explicar. Sí hay motivaciones, disparadores. Eso sí, es quizá lo único que puedo reconocer en su locura. Una buena conversación, un libro interesante, y siempre claro, el acto creativo. Esos son los disparadores de la adicción. La necesidad surge de ellos y se adueña del pensamiento, por unos instantes todo es el deseo del cigarrillo, el deseo del acto mil veces repetido: buscar la cajetilla en el bolsillo de la chaqueta, abrirla, sacarlo, buscar el encendedor y dejar que la flama avive la primera calada que todo lo calma, que nos sumerge en un estado purísimo de concentración y entrega. La calada, el sorbo de café, la línea escrita con precisión, nada puede ser mejor que eso. Y nunca se piensa en la muerte, en las cuarenta sustancias cancerigenas que encierra cada toque, no hay calaveras si no nubes fabulosas saliendo de la boca de un verdadero fumador.
Mis primeros cigarros los fumé cuando aún era muy niño. Con unos amigos de la playa recogíamos puchos en las calles y nos escondíamos entre las peñas al atardecer, para fumar sus residuos apestosos, y nos sentíamos hombres con calle, castigadores, dispuestos a todo. Luego de unos años, volví al cigarro con un amigo del barrio, pero esa vez, tuve una mala experiencia, compramos un par de cigarros y nos escondimos en una quinta próxima y oscura para realizar el acto prohibido. Luego, con la sensación victoriosa del que ha transgredido la norma, regresé a mi casa. La culpa se adueñó de mi una vez que pasé el umbral de la puerta, y llevado por el impulso del miedo, subí corriendo a mi cuarto, pero mi madre subió tras de mí, y con los puños incrustados en la cintura (signo evidente de cólera) me dijo: a ver sóplame. UFF, confieso que me bajó la presión, y después, a ver dame las manos, olió mis dedos impregnados de tabaco y ¡juá!, me dio duro, porque antes a nosotros si que nos daban, y esa noche mi madre me dio, me dio duro. Luego me enteré que mi hermana mayor me había visto mientras regresaba de la tienda y me acusó. Juro que la odié por casi una semana entera.
Después de tamaña paliza, me quedé curado por unos buenos años, pero a los 18, regresé al misterio del cigarro, no puedo explicar por qué, creo que es cierto ese viejo cuento de que se empieza por mono, por el puro placer de copiar eso que hace sumamente interesantes a ciertas personas. Recuerdo haber fumado mis primeros cigarros “formales” en soledad, en la penumbra de las calles de mi barrio. Los compraba por unidad y de los más suaves. Al principio me mareaba, la cabeza me daba vueltas. Pero me gustaba mucho el asunto y poco a poco me fui haciendo adicto.
Ahora surge de nuevo la pregunta, ¿por qué?, no hay nada distinguible en el cigarro, no es como otras drogas que nos hacen en el acto ser conscientes de sus efectos, no, el cigarro no se siente. Una vez leí por ahí (y ahora recurro a la pura memoria que como bien saben todos, a veces engaña), en un texto que hablaba de la relación entre los escritores y el tabaco, que la nicotina genera una reacción química en el cerebro que amplía nuestra capacidad de concentración. No lo sé. Lo único cierto es que soy un adicto al cigarro, los compro por cartones y fumo literalmente, como chino en quiebra. Es probable que el cigarro, uno de mis placeres máximos vaya a ser también el causante de mi muerte. Pero bueno, todos tenemos que morir.
IMAGEN1: "Cigarro y café", autorretrato por JAG.
IMAGEN2: fotografía de google image en balnco y negro coloreada por JAG.
IMAGE3: detalle de pintura de Van Gogh y fotografía de fondo por JAG.
IMAGE4: "Cigarro", autorretrato por JAG.
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