Con suma frecuencia me sorprendo pensando en cosas que, estoy seguro, muy poca gente piensa. Entre otras cosas, estoy convencido de que muchas de las palabras que para muchos tienen carga negativa, pueden ser, tranquilamente, palabras con carga positiva. El egoísmo, por ejemplo, es una de mis palabras positivas. Considero que toda acción del hombre que responda a su propia voluntad, es, en todos los casos y en la génesis misma de la acción, un acto egoísta. En este sentido, a mí me gusta pensar, que muchos de los grandes hombres de la historia han sido, antes que nada, unos grandes egoístas, y que sus revoluciones, sus luchas, antes que ser del pueblo, de la colectividad, siempre fueron revoluciones propias, luchas personalísimas e intransferibles. La verdad, no me gusta hablar con la gente de estas ideas, siempre es inútil, ni bien abro la boca la gente piensa que estoy loco. Sin embargo, no puedo evitar estos pensamientos raros. Las ideas me asaltan libremente, en cualquier momento, a cualquier hora. Pienso, por ejemplo, que la medicina moderna es uno de los grandes errores de la evolución del hombre, que atenta sistemáticamente contra el proceso natural y necesario de la muerte. El razonamiento es muy claro para mí, la medicina en su afán por vencer a la muerte se ha convertido en uno de los puntos de partida en ese viaje del hombre en contra de la naturaleza, en contra de la vida. Yo sé que esta idea es sumamente extrema, y por eso mismo, es también, una de mis ideas más íntimas. Los doctores son, para mí, personajes extraños, chamanes posmodernos. Ellos no utilizan huevos, cigarros o cuyes; mucho menos establecen conexiones místicas con los espíritus de la naturaleza; ellos están respaldados por la poderosa madre tecnología y tienen un cartón universitario, y se equivocan como todos, y en vez de salvar, a veces, matan. Pero igual, la gente de alguna manera los venera, y aunque no de un modo consciente, la gente está profundamente agradecida de que exista un galeno capaz de rebelarse ante la muerte en el momento apropiado. A veces también, de la misma manera irracional, es decir, de la nada, se me ocurren cosas muy ociosas, por ejemplo, pienso que todas las cosas que conocemos se podrían llamar de otra forma, y que todos los idiomas, no son otra cosa que una cadena interminable de casualidades, de encuentros fortuitos entre sonidos y significados decantados por el azar y por la boca de los hombres a través de los siglos. Sólo Dios sabe por qué estas ideas rondan mi cabeza. Sólo Dios sabe por qué se me hacen verdades rotundas e indiscutibles. Sólo Dios sabe por qué he nacido orientado hacia una dirección desconocida por mi mismo, y por qué, desde el principio, he sabido que lo mejor y lo más saludable es no hablar nunca de esas cosas. Después de todo, ¿a quién le podrían resultar interesantes?
IMAGEN1: "Cabeza Azul", fotografía por JAG.IMAGEN2: "Autorretrato5", fotografías y fotomontaje por JAG.
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