El escritor peruano Carlos Carrillo, después de reeditar su libro “Para tenerlos bajo llave”, salió muy tranquilo a dejar algunos ejemplares en las librería limeñas. En La Casa Verde dejó cinco libros que fueron recibidos sin mayor problema. Sin embargo, unos días después, el escritor recibió una llamada de la administradora del local en la que le daba un plazo de tres días para que los retirará ya que consideraba que el libro tenía un contenido “satánico, pornográfico y paidófilo” que no iba con la línea “decente” de su librería.
Este hecho ha desatado distintas reacciones dentro del mundo literario, por un lado están los que lo consideran un acto de “censura” y por otro los que consideran que la librería está en su derecho de elegir que vende y que no. Y, claro, también están los que se sumergen en los detalles técnicos como el uso de la palabra censura: “no se puede hablar de censura si no se trata de una medida impuesta por el Estado, ya que la censura de por si es una sanción oficial…”, e incluso se llega a la conclusión de que tampoco se le puede llamar “prohibición” ni “veto”, ¿entonces, que diablos ha ocurrido aquí?
Según el diccionario de la Real Academia de La lengua Española, censura significa: 1. f. Dictamen y juicio que se hace o da acerca de una obra o escrito. 2. f. Nota, corrección o reprobación de algo. 3. f. Murmuración, detracción. 4. f. Intervención que ejerce el censor gubernativo. 5. f. Pena eclesiástica del fuero externo, impuesta por algún delito con arreglo a los cánones. 6. f. Entre los antiguos romanos, oficio y dignidad de censor. 7. f. Psicol. Vigilancia que ejercen el yo y el superyó sobre el ello, para impedir el acceso a la conciencia de impulsos nocivos para el equilibrio psíquico. 8. f. ant. Padrón, asiento, registro o matrícula. Y censurar: 1. tr. Formar juicio de una obra u otra cosa. 2. tr. Corregir, reprobar o notar por malo algo. 3. tr. Murmurar, vituperar. 4. tr. Dicho del censor oficial o de otra clase: Ejercer su función; imponer, en calidad de tal, supresiones o cambios. 5. tr. ant. Hacer registro (‖ matrícula).
Queda claro que las tres primeras acepciones de censura y censurar son aplicables a este caso. La dueña de La Casa Verde ha hecho un juicio de la obra, ha reprobado y ha vituperado, por ende hablar de censura es válido. Ahora, es cierto también que las librerías tienen todo el derecho de decidir que vender y que no. Sin embargo, la manera en la que ha procedido La Casa Verde y los argumentos esgrimidos no han sido los más adecuados. No estamos hablando del valor literario del libro ni mucho menos. En este caso se está haciendo un juicio moral. El empleo de los adjetivos “satánico, pornográfico, paidófilo y decente” por parte de la dueña de una librería en la que se venden libros de Baudelaire, Miller y Sade, por nombrar algunos autores que tratan los mismos temas que Carrillo, es una contradicción evidente.
Por otro lado, si defendemos el criterio de selección de las librerías, cosa con la que estoy más que de acuerdo, entonces, ¿por qué La Casa Verde aceptó los cinco ejemplares del libro de Carrillo sin leerlo previamente?, ¿no sería lo más adecuado pedir primero un ejemplar para su revisión antes de aceptar nada?, ¿no sería más profesional y ético para una librería utilizar argumentos serios y no esa sarta de epítetos moralistas?, ¿o simplemente decir, no gracias, luego de la revisión? Me parece que La Casa Verde ha patinado. Y, por otro lado, ¿por qué, luego de las tres ediciones del libro de Carrillo, no existe otro caso semejante?, ¿es acaso que ninguna librería ejerce el “control de calidad” de La Casa Verde?, ¿es acaso que a ninguna librería le importa lo que vende y lo que no?
Parafraseando a Baudelaire: ¡Oh Satán, ten piedad de nuestra larga miseria!
IMAGEN: Portada del libro de Carrillo reeditado por Bizarro Ediciones.